Estilo rico, estilo pobre, Luis Magrinyà
Vaya por delante que recomiendo vivamente Estilo rico, estilo pobre (Luis Magrinyà, Debate, 2015) a todos aquellos interesados —sea por oficio o vocación— en el lenguaje y la corrección lingüística.
Dicho esto, cabe avisar al posible lector de esta obra que no espere un manual o un «libro de recetas» de estilo, como podría anticipar al leer el capcioso subtítulo: «Todas las dudas: guía para expresarse y escribir mejor». Que quede claro: Estilo rico, estilo pobre no es, ni lo pretende, una guía de estilo; se trata, en cambio, de una serie de disertaciones sobre aspectos muy concretos del lenguaje literario, tanto en cuanto a sus excesos (estilo rico) como a sus carencias (estilo pobre).
En esta obra, Magrinyà se centra en un repertorio de errores relativamente reducido para analizarlos a fondo, sin piedad, y señalar así lo pretenciosa y rebuscada que puede ser la literatura en demasiadas ocasiones.
El libro está dividido en cuatro partes. Las dos primeras ―las más interesantes, en mi opinión― se ocupan de los excesos y carencias del lenguaje literario.
En la primera, «Estilo rico», destaca el capítulo «El club de los verbos finos», donde Magrinyà arremete contra el uso de verbos rebuscados;1 pero lo mejor de esta parte (y puede que del libro) es el capítulo «Los verbos parlanchines»: en él, el autor aborda el complejo ―enrevesado, incluso― tema de los dicendi o verbos declarativos. Eso sí; aunque sus argumentos para criticar la (según sus propias palabras) «carpintería de los diálogos» (esto es: las acotaciones) son de un sentido común aplastante, quizá cargue demasiado las tintas a este respecto.2
En cambio, en «Estilo pobre», la segunda parte, Magrinyà se ocupa del otro lado del espectro: las ocasiones en el que estilo, sea por pobreza de recursos o simple pereza, no está a la altura de lo que se espera de él: desde los verbos comodín (que para todo sirven y todo [y por ende nada] significan), hasta las redundancias expresivas, las traducciones mocosuena y los hiperónimos, esos cajones de sastre enemigos de uno de los principios básicos de la escritura: la precisión.
Por último, y para no extenderme demasiado, las dos partes siguientes ―de interés menor, opino― se ocupan de unas cuantas cuestiones gramaticales y de los rebuscamientos del lenguaje cuando se habla de sexo y violencia, sobre cuyas líneas sobrevuela el espectro de la corrección política, esa lacra de nuestro tiempo que idiotiza la lengua ―o tempora, o mores― y contra la cual insto a luchar con uñas y dientes.
Cabe destacar, por cierto, la abundancia de ejemplos en cada uno de los capítulos, extraídos en su mayoría de obras literarias. Curiosamente, entre estos ejemplos, en un ejercicio de autoflagelación o autocrítica, aparecen citas de las novelas del propio Magrinyà.
En conclusión, las acertadas reflexiones del autor sobre el uso de la lengua consiguen transmitir al lector una valiosa enseñanza: el lenguaje literario debería ante todo aspirar a la sencillez, algo en apariencia fácil, pero que en la práctica resulta tamaño desafío.
Porque ―lo he pensado siempre―, si bien el lenguaje escrito no se presta a reglas fijas, sí lo hace a principios esenciales, entre ellos la precisión, la claridad y la economía.
En resumen, un libro interesante, ameno y muy recomendable.
- Con ejemplos verdaderamente hilarantes, como aquel usuario de forocoches (sic) que afirmaba poseer algo de caspa [↩]
- En mi opinión, esa carpintería de los diálogos puede ser sensata y muy útil para una narración, aunque coincido plenamente con la opinión del autor en este punto: «Las acotaciones de los diálogos […] están […] para facilitar la continuidad, la funcionalidad, no para llamar la atención sobre sí mismas». [↩]