scribbles on wall

El diálogo, 2

En la primera entrega de esta serie de artículos definimos el diálogo y sus partes, y estudiamos lo esencial del uso de la raya según las normas ortotipográficas del castellano.

Pero hay bastante más que decir sobre el diálogo aparte de dónde poner las rayas, desde luego. En esta y en las siguientes entregas abordaré con más detenimiento los aspectos principales del diálogo mediante una serie de consejos sobre sus distintas partes.

Vamos a ello:

Consejos sobre los parlamentos

Ya hemos explicado qué es el parlamento en un diálogo, pero lo recordaremos de nuevo: el parlamento es la reproducción directa de lo que dicen los personajes.

Ejemplo:

―Te quiero ―dijo Juan.

En este ejemplo, «Te quiero» es el parlamento. Insistimos: es la cita literal de lo que ha dicho el personaje. Lo cual nos lleva al primero de nuestros consejos:

1. Recrea una conversación, no la transcribas

¿Has probado a grabarte alguna vez durante una conversación? Supongo que sí. Y si no lo has hecho, prueba. Procura que la conversación se alargue lo suficiente para que pierdas la consciencia de que te estás grabando, y luego escúchate con atención.

Dejando de lado que ―casi seguro― tu propia voz te parecerá horrible, imagina que quieres escribir un diálogo a partir de esa conversación. Escucha tus parlamentos, por así decirlo.

Muy probablemente, estarán llenos de interrupciones, frases a medias, vacilaciones, expresiones fáticas (¿verdad?) y un largo etcétera de elementos superfluos; algo molesto de encajar para el ego de un escritor. ¿No se supone que deberíamos hablar mejor que la media? Pero, ay, expresarse bien por escrito es muy distinto a hacerlo de viva voz.

Prueba, también, a prestar oídos a conversaciones ajenas en algún lugar público. (Sí, esto es de moral dudosa, pero admitámoslo: la mayoría de los escritores somos, bien por naturaleza o bien por deformación del oficio, unos cotillas redomados). La gente, al hablar, se interrumpe, vacila, se equivoca, insiste una y otra vez en lo mismo, emplea muletillas hasta el desespero; por no hablar de que apoyan buena parte de lo que dicen en expresiones no verbales (gestos, movimientos del cuerpo, miradas, etcétera).

Dicho esto, el primer consejo a tener en cuenta respecto a los parlamentos de un diálogo se infiere fácilmente: los parlamentos de los personajes deben recrear una conversación oral, no transcribirla.

Por eso mismo, un buen diálogo tiene mucho de artificio: debe parecer real, veraz, pero no tiene por qué serlo, e incluso quizá no es conveniente que lo sea.

Así, los parlamentos deberían eliminar lo superfluo en la comunicación oral, las repeticiones, las muletillas, los errores, las expresiones fáticas innecesarias (¿me entiendes?) y otros lastres, salvo que, como veremos más adelante, cumplan una función.

Por lo tanto, debemos intentar que los parlamentos de los personajes sean claros y concisos.

2. Dale un objeto al parlamento de tus personajes

Esto es: lo que dicen los personajes ha de tener un propósito, aunque este no sea claro y esté hábilmente disimulado por el autor ―de ahí el artificio del diálogo―.

Este propósito puede ser muy dispar, pero normalmente cumplirá uno (o ambos) de estos dos objetivos:

―Proporcionar datos sobre la historia.

―Proporcionar datos del trasfondo.

Como puede verse, ambos casos pueden resumirse así: el diálogo transmite información.

En el primer caso, la información es relativa a la historia: nos proporciona datos sobre el argumento y hace que la historia avance.

En el segundo, la información es relativa al trasfondo, bien de la historia (los hechos previos de la misma), bien del mundo donde transcurre, o bien de los personajes (su pasado, sus motivaciones, su idiosincrasia).

Ahora bien: el diálogo puede y debe transmitir información, pero esto implica riesgos. Pondré algunos ejemplos:

—El personaje recapitula, sin venir a cuento, lo ocurrido. Es el clásico «Como todos sabemos», seguido de una larga y absurda exposición (porque, si todos lo sabemos, ¿para qué demonios hace falta que lo digas? ).1

—El personaje divaga en un monólogo inesperado y suelta una larga exposición de siete páginas, o así, sobre un tema. Esto es perfecto para que el lector coja nuestro libro y lo tire por la ventana más próxima (salvo que sea un ebook, claro), pero, hasta cierto punto, puede ser inevitable e incluso necesario. El truco está en hacer que esas siete páginas seguidas no sean tales, repartiendo la exposición a lo largo de la historia. Recuerda, también, que se trata de un diálogo: los otros interlocutores querrán interrumpir al personaje, así que deja que lo hagan, al menos de tanto en tanto.

—El personaje monologa (otra vez) sobre el motivo de sus acciones. «He hecho esto porque…». Este es el clásico monólogo del tipo «el malo explica sus planes», propio de los peores ejemplos de historias pulp. No lo hagas, por favor; y si no tienes más remedio, usa el sentido común y sé breve.

Podríamos seguir, pero en el fondo este consejo se resume así: los personajes han de transmitir información en un diálogo, pero debe tener un propósito y ser pertinente.

De nuevo, piensa en el ejercicio del primer consejo, el de la grabación, y reflexiona sobre esto: al hablar, lo normal es que la gente aporte el mínimo necesario de información de contexto, e incluso muchas veces menos de lo necesario: ¿nunca un conocido te ha hablado de alguien sin decirte su nombre, o ha asumido que sabes cosas de su vida que solo su biógrafo debería saber?

Que alguien hable con todo lujo de detalles, como si estuviera ante una audiencia, es artificial y absurdo, salvo que haya una buena razón para ello (y ahora mismo no se me ocurre ninguna, la verdad).

Así que permíteme que insista: los parlamentos de tus personajes han de proporcionar información pertinente para la historia y han de tener un propósito concreto.

3. Elimina lo superfluo

Este consejo viene a ser un corolario del anterior: si un buen diálogo proporciona información oportuna sobre la historia y sus personajes, hay que evitar a toda costa las líneas de diálogo superfluas.

Existe un viejo adagio en la escritura: lo que no suma, resta. Si una parte del diálogo no aporta nada de interés sobre el argumento, el trasfondo de la historia, el mundo o sus personajes, sobra.

Y para esto, nada como seguir otro consejo, en este caso sobre la escritura de guiones: get in late, leave early, que podría traducirse como «entra tarde, sal temprano».

¿Qué quiere decir? Veámoslo con un ejemplo. Dos amigas se citan en un café para contarse una noticia importante. Así comienza el diálogo:

―¿Nos sentamos dentro o afuera? ―dijo Ana.

―Mejor afuera, ¿no? ―respondió Sara.

―Afuera, entonces. Qué buen día hace hoy, ¿verdad?

―Sí. Menos mal, menuda racha de lluvia llevábamos. A ver, ¿qué vas a pedir? El pastel de manzana está buenísimo. Lo hacen aquí, me parece.

―Con un café me sobra. Estoy a dieta.

―Anda ya, mujer… ¡a dieta! ¿Para qué? Si estás estupenda…

―Tú, que me ves con buenos ojos…

Al cabo de un rato, un camarero se acercó a su mesa.

―Un café con leche ―pidió Ana.

―Que sean dos ―añadió Sara―. Y una ración de tarta.

Después de que el camarero les trajera los cafés y la tarta, Ana fue directa al grano:

―Bueno, a ver, ¿qué es eso tan importante que querías contarme?

Si sigues despierto, compara el anterior ejemplo con este:

Hacía un día estupendo, así que decidieron sentarse en una de las mesas de la terraza. Después de que el camarero les trajera lo que habían pedido ―dos cafés y una ración de tarta para Sara―, Ana fue directa al grano:

―Bueno, a ver, ¿qué es eso tan importante que querías contarme?

La primera frase resume los nueve primeros parlamentos de los personajes, sin que se pierda información de interés. Quizá algún lector argumente que esas primeras líneas sirven para que el lector se sitúe en la escena y, también, para conocer mejor a sus dos protagonistas.

Podría ser. Pero el mismo efecto se puede conseguir con un diálogo de mayor peso. Al cabo, vamos a conocer mejor a estas dos amigas cuando sepamos, por ejemplo, cómo reaccionará Ana cuando Sara le cuente que está saliendo con Pedro, su exmarido, y que se ha quedado embarazada de él.

Mucho mejor, desde luego, que hablando del tiempo y de tartas de manzana.

4. Modera el uso de los indicadores de modalidad

Abusar de los signos indicadores de modalidad (signos de exclamación e interrogación y puntos suspensivos) es un vicio frecuente. Y esto lo digo como corrector profesional de textos literarios. Por favor, no lo hagas.

Claro, definir qué es abusar y qué no es difícil, a veces. Te aconsejo que sigas esta sencilla regla: evítalos en la medida de lo posible, y salvo en conversaciones realmente largas, no uses estos signos más de tres veces2 en un diálogo.

Por supuesto, las preguntas que sean pertinentes han de llevar signos de interrogación, faltaría más. Pero piensa esto, ¿es realmente necesario que tres de cada cuatro parlamentos de tu personaje acaben en puntos suspensivos? Seguramente no.

Y para ampliar la regla, es mejor que no los uses concatenados. Veamos este ejemplo:

―Te quiero ―dijo Juan―. Te quiero, maldita sea… ¿Cuándo te vas a dar cuenta? ¡Te quiero!

Y ahora, este otro, ligeramente distinto:

―¡Te quiero…! ―dijo Juan―. ¡¡Te quiero, maldita sea…!! ¿Cuándo te vas a dar cuenta? ¡¡¡Te quiero!!!

De acuerdo: ambas líneas de diálogo son discretas, y eso siendo benévolos, pero al menos la segunda no pide a gritos el bolígrafo rojo.

Y por último, sí, es válido desde el punto de vista ortotipográfico poner más de un signo de exclamación o interrogación (hasta un máximo de tres seguidos), pero absteneos. Por favor.

5. Refuerza la voz de tus personajes

Lo ideal sería que el lector pudiera reconocer a quién pertenece un parlamento sin necesidad de inciso alguno. Esto es un ideal, claro; en la práctica es muy difícil. Casi imposible, añadiría.

Pero debemos aspirar a ello. Debemos intentar caracterizar la voz de los personajes para que esta sea única, rica en matices e inconfundible; en suma, construirles un idiolecto3 que refleje su personalidad.

¿Cómo puedes hacerlo?

Bien, hay dos estrategias: fondo y forma, o dicho de otra forma, qué dicen los personajes y cómo lo dicen.

En cuanto al qué, es la parte más evidente del parlamento de un personaje. Tenemos una serie de aspectos a controlar, entre ellos los siguientes:

―Vocabulario: elegir el vocabulario según el trasfondo sociocultural de tus personajes sería lo ideal, en principio. Aunque suene algo clasista, no es muy lógico poner en boca de un albañil las mismas palabras que un profesor de Universidad, a menos que haya un buen motivo, como ciertos registros (ver apartado siguiente). Y recuerda el argot propio de cada oficio: probablemente, un médico en una consulta no dirá que un paciente tiene moratones, sino que presenta hematomas; y por otro lado, un albañil no te dirá que tiene que «poner derecha» una pared, sino que ha de aplomarla.

―Registro: el registro de una conversación es la forma de hablar que elige un hablante en función de las circunstancias. Un personaje no hablará de la misma forma en un bar, rodeado de amigos, que ante un juez, por citar dos ejemplos extremos. El registro, como es natural, necesita de contexto: qué se habla, dónde, y con quién, además de conocer el estado emocional de los interlocutores.

―Vulgarismos y expresiones malsonantes: dicho en claro, expresiones poco recomendables en el lenguaje culto o incorrectas, per se, además de insultos, juramentos y palabrotas. En cuanto a los primeros, un personaje culto no debería usar muchos, o ninguno, salvo que el registro de la conversación lo justifique; y en cuanto a los segundos, la frecuencia y el tipo de los tacos que suelte son una de las mejores muestras de carácter de un personaje.

―Muletillas y redundancias:4 como es normal, conviene evitar las muletillas y redundancias, salvo que se empleen en su justa medida y de forma consciente para caracterizar la voz de un personaje. Que un personaje concreto suelte un «vaya, vaya» cada tres parlamentos no supone ningún problema; el que lo haga cada dos frases puede llegar a ser un engorro.

―Interjecciones: nos referimos a los «hum», «oh», «eh» y «ah», entre otros. Al igual que en el anterior caso, empleadas en su justa medida aportan matices a la voz de los personajes y proporcionan credibilidad a sus parlamentos. La clave está en el cuantificador: en su justa medida.

Y en cuanto al cómo:

―Marcadores textuales:5 el tipo, la variedad y la frecuencia en el uso de los marcadores textuales pueden arrojar mucha luz acerca del carácter de un personaje. Un personaje culto en un registro formal y pausado los empleará en abundancia para articular su discurso de forma clara y precisa; un personaje iletrado, por el contrario, los usará con menos frecuencia y con menor variedad, a veces llegando a utilizarlos como muletillas.

―Puntuación: el tipo y la frecuencia de los signos delimitadores del discurso (punto, punto y coma, dos puntos y puntos suspensivos) nos permitirá articular el ritmo del parlamento. Una puntuación más trabada producirá un ritmo más lento; lo cual, unido a la longitud de las frases, nos permitirá mostrar distintos registros y estados de ánimo. Un personaje no debería hablar igual bajo presión que en una tranquila sobremesa.

―Trabazón del discurso: la trabazón del discurso (su coherencia y orden) es otro elemento clave para conseguir que los parlamentos de un personaje se distingan del resto. De nuevo, este concepto está estrechamente vinculado con el registro de la conversación y el nivel sociocultural del personaje.

Dicho de forma simple, la trabazón del discurso determinará el nivel de complejidad con el que el personaje articulará sus parlamentos.

Aunque la siguiente afirmación es muy matizable, podríamos convenir en que, a grandes rasgos, una trabazón del discurso sencilla ―propia de personajes de nivel sociocultural bajo o un registro distendido― podría caracterizarse por una mayoría de oraciones simples, aisladas o yuxtapuestas, con algunas oraciones compuestas formadas principalmente por coordinación copulativa.

En cambio, una trabazón más compleja empleará con mayor frecuencia oraciones compuestas mediante coordinación y subordinación, y estructurará mejor su discurso mediante marcadores textuales y una puntuación más variada.

6. Limita el número de interlocutores

En un diálogo es casi obligado ―excepción hecha de soliloquios y monólogos, como ya vimos en la primera parte de esta serie― que participen dos o más interlocutores.

Dos personajes, como mínimo, pero que en la mayor parte de las ocasiones debería ser el máximo. Un diálogo con muchos interlocutores tiene una serie de inconvenientes:

―es difícil de seguir y requiere muchas acotaciones;

―diluye la tensión emocional;

―salvo que se haga muy bien (pero que muy bien), puede ser tedioso.

Pero alguna que otra vez tendrás la necesidad de que en un diálogo participen tres o más personas. Hay un truco sencillo para evitar los inconvenientes antedichos: haz trampas.

Un diálogo es un artificio, como hemos repetido en varias ocasiones en este artículo. Por tanto, usa tus mejores artes y, disimuladamente, agrupa a los interlocutores en grupos de dos más uno.

Con dos más uno me refiero a dos interlocutores principales más un tercero que, de tanto en tanto, tercie ―nunca mejor dicho― en la conversación, de forma breve. Si tienes más de tres personajes, puedes ir alternando sus intervenciones en grupos de dos más uno o de dos en dos, pero ten en cuenta esto: si no lo haces muy bien ―pero que muy bien, ¿eh?― corres el riesgo de que el lector pierda el hilo.

Tú mismo.

7. Quémate los ojos

La única forma de pulir un diálogo es leerlo y releerlo hasta la extenuación. Prueba a hacerlo sin atender a las acotaciones; prueba a leerlos en voz alta, para ti mismo u otra persona.

Y ten por seguro que un diálogo que suene natural tiene, tras las bambalinas de la escritura, muy poco de eso.

Tendrás que sudar para conseguirlo, salvo que tengas un talento innato para ello (y aun así, no te arrendaría la ganancia; muchas veces creemos tener más talento, sea lo que sea eso, del que realmente tenemos).

Y, por descontado, el mejor consejo para escribir buenos diálogos es leer. Mucho.

Hasta aquí la segunda entrega. En la próxima, nos ocuparemos de los incisos del diálogo.

  1. Empero, podría emplearse una recapitulación para ilustrar el hablar puntilloso y prolijo de un personaje:

    —Como todos sabemos, el uranio es un elemento químico de número atómico noventa y dos, y cuyo símbolo… ―comenzó a decir Pedro con un dedo en alto.

    ―Oh, por favor, ve al grano ―le cortó Juan―. ¿Pueden o no construir la bomba?

    ―Esto… sí, eso me temo ―respondió Pedro, abatido. []

  2. Por supuesto, tres es un número arbitrario. Pero en algún sitio había que poner el límite. []
  3. DRAE: 1. m. Ling. Conjunto de rasgos propios de la forma de expresarse de un individuo. []
  4. Recomiendo la lectura del siguiente artículo de la Fundéu: http://www.fundeu.es/escribireninternet/muletillas-y-redundancias/. []
  5. Los marcadores discursivos o textuales son elementos lingüísticos (palabras, partículas y locuciones) cuya función es marcar las relaciones lógicas entre las diferentes partes del discurso, ya sea dentro de una frase, un párrafo o un texto. Ver es.wikipedia.org/wiki/Marcadores_del_discurso. []