El lenguaje en las historias de fantasía (ii)

Ouróboros

Siguiente entrega del octavo informe Ouróboros, dividido en dos partes, sobre el tratamiento del lenguaje en las historias de fantasía.

Podéis leer la anterior entrega aquí.

Algunas familias de insultos destacables

Para completar este apartado puede ser interesante examinar algunas de las “familias” más características de los insultos, dado que nos servirá para conocer mejor los mecanismos lingüísticos que crean y amplían los registros ofensivos del lenguaje.

Rameras, furcias y otras mujeres de mal vivir

¿Quién te hizo puta?

El vino y la fruta.

Dicho popular

 

A vosotras las busconas, damas de alquiler, sufridoras del trabajo, mujeres al trote, mullidoras del deleite, jornaleras de cópulas, hembras mortales, ninfas de daca y toma, vínculos de la lujuria, lo cual, traducido al castellano, quiere decir putas y cotorreras.

Francisco de Quevedo

No cabe duda que puta (según el DRAE f. Prostituta, ramera, mujer pública) es el insulto femenino por excelencia en la mayor parte de las culturas y uno de los términos ofensivos que mayor legión de sinónimos, derivados y eufemismos acaudilla. Curiosamente, en español es un término de origen etimológico incierto: no aparece como tal en el latín clásico.

Intentar clasificar el ingente volumen de términos derivados y sinónimos de puta es difícil, sin embargo existen una serie de “familias” con atributos similares. Veamos las principales:

I. Los derivados de la propia raíz

Estos términos se construyen por lo general con aumentativos o diminutivos o, también, con atributos que cumplan esa función.

Algunos ejemplos: puta, putilla, putangona, putarazana, mala puta, puteja, putuela, putaña, putorra, putaco, putona, putona, putón verbenero, putón desorejado, putón malayo.

Conviene también no olvidar los vocablos derivados etimológicamente de puta que no son sinónimos, pero que guardan una relación evidente con el insulto. Valgan estos ejemplos: putería (arrumaco, roncería, soflama que usan algunas mujeres); putaísmo, putería, putanismo (vida de puta, reunión de putas); putero, putañero (el que frecuenta putas), incluyendo el verbo putañear; putada (acción digna de una puta), también con su verbo, putear; putesco (relativo a la puta); y por inversión, puto, homosexual.

II. Los abiertamente explícitos de la actividad

Estos términos aluden a comportamientos y pormenores explícitos de la putería en sí, por lo que son inevitablemente groseros.

Algunos ejemplos: pajillera, tragona, mamona, ponecoños, trota ancas, coño alegre. En otros idiomas tenemos buenos ejemplos: en francés, branleuse, bandeuse, escaladeuse de braguettes, braguette, Marie–couche–toi–là (pajillera, empinadora, alpinista de braguetas, bragueta, María acuéstate ahí); en inglés ass–peddler, broad, broad gauge lady (vendeculos, ancha, señora de culo ensanchado); en italiano, mangiacazzi, zoccola, bucal, bucaiolo, bocchinara (comepollas, vulva, agujero, agujerito, tragona); y, en ruso, yebushka, júyeva posudína, pízda (folladora, coño para pollas y coño).

III. Los relativos al vil metal

Aquí se incluyen todos los que aluden a la transacción económica del comercio carnal, por ejemplo: gorrona, fletera, hermana de la sagrada tarifa, frete, freteira. También podríamos incluir el eufemismo mercenaria del amor.

Una variante aún más despectiva de esta familia es asociar la condición de asequible a la mujer que se prostituye, esto es, que, además de puta, sea barata. Ejemplos: puta de tres al cuarto, puta barata, pesetera, puta de (aquí una cifra monetaria de poca cuantía).

IV. Bestialismos varios

Ahora nos ocuparemos de los insultos basados en establecer símiles o sustituciones con animales. Es una familia más extensa de lo que parece, y bastante singular. Por ejemplo, en español tenemos araña, alondra, burraca, bestezuela, cabra, cigarra, gallina (más puta que), gaviota, lagarta, loba, pájara, pécora, perra, puerca, tarasca, raposa, urraca, víbora, zorra. En otros idiomas tenemos abundante copia, por ejemplo en inglés bitch, fox, foxy lady, bird, chicken, cat, cow, sow, slut, jade, vixen (perra, zorra, señora zorra, pájara, polluela, gata, vaca, cerda, puerca, zorra); en ruso, súka, súchka (perra, perrita); y en francés, bourrin, cocotte, chameau, chienne, grue, langouste, gousse (rocín, gallinita, camella, perra, grulla, langosta, perra).

V. Los relativos al cómo, al dónde y al con quién:

Otra familia de insultos se deriva de los lugares y las formas en las que las prostitutas captan a sus clientes y consuman el negocio.

De las prostitutas que captan a sus clientes por las calles, recorriéndolas a pie o apostadas en las esquinas, tenemos: callejera, esquinera, cantonera, trotera, trotona, correcalles, trotacalles, andorra, andorrera, zancudas. Derivadas del efecto de andar, tenemos un ejemplo muy sonoro: taconera. Sumemos a esto las construcciones basadas en este concepto: hacer la calle, andar en corso, hacer la esquina, hacer la carrera, y otros. El francés tiene dos variantes más rurales: aller aux asperges, cueillir du persil (ir a por espárragos, ir a por perejil). Una variante culta podría ser dar un paseo por el monte de Venus.

Siguiendo con el cómo, tenemos un curioso ejemplo de la germanía; amesada, prostituta que se alquilaba por meses y a la que se daba alojamiento y comida.

Y en cuanto al dónde, tenemos también bastantes ejemplos. Verbigracia: carcavera (en los cementerios), bucólica (en los parques), chamicera, puta de celosía o de tapete (putas de burdel), pupila (puta de mancebía, por lo de estar a cargo de un padre de mancebía).

Respecto al con quién tenemos cantonera y matacandiles (prostituta de frailes y curas).

VI. Suma o asociación de significados
  • Aquí cabrían bastantes términos que suman o asocian otro significado al de puta. Por ejemplo:
  • La falta de higiene: guarra, puerca.
  • La vejez o el exceso de uso se unen en los términos que tratan de representar la idea de algo muy usado, viejo y por tanto despreciado: pingo, pingona, pingorra, tirada, arrastrada, piltrofera, zurrona, zurrupio, rastrera.
  • Con vestidos o enseres: barragana (de barragán, abrigo de tela basta), matraze (colchón, en alemán), bagasa y gabasa (de la raíz provenzal bagaça, bolso de piel).
  • De la idea de colgar y piel, asociado también a la vejez: pendona, pelleja, pelona, pelandusca, pendón.
VII. Los eufemismos

Hay un amplio número de eufemismos para puta; el principal, actualmente, es sin duda prostituta. Entre los más suaves tenemos mujer de moral relajada, mujer de virtud pequeña, mujer de vida alegre, mujer de mal vivir.

No es nada raro que los eufemismos, a veces, acaben por convertirse en términos más duros que el propio significado del vocablo al que sustituyen. Júzguense estos ejemplos: mujer pública, perdida, desviada, descarriada, fulana, mengana, zutana, cualquiera, tipeja, anónima, individua.

La condición sexual

[…] y en la oscuridad ríe el antiguo diablo, que no es más que la especie.

Pío Baroja

El sexo es uno de los pilares de la vida humana, junto al miedo; es lógico que buena parte de los insultos se basen en él, ya sea criticando comportamientos “fuera de la normalidad” o parafilias. Entre ellas la más recurrente es la homosexualidad, en especial la masculina.

a) Homosexualidad masculina

En las culturas de origen latino se supone que la condición de homosexual es lo más bajo que puede caer un hombre y se usa con mucha frecuencia como un insulto directo. Pero no olvidemos que tal cosa no tiene por qué ser la norma, y no todas las culturas tendrían que ser tan poco permisivas con los comportamientos homosexuales.

En cualquier caso, dividiremos en familias estos insultos como en el ejemplo anterior:

I. Derivados

Estos insultos derivan de unos pocos a partir de aumentativos y diminutivos. El insulto más común para un homosexual masculino es marica; a partir de él tenemos marimarica, mariquita, maricona, mariconcete, maruso, mariquituso y, por supuesto, el aumentativo más frecuente: maricón.

II. Insultos abiertamente explícitos

Aquí se incluyen los insultos que aluden a comportamientos sexuales de la forma más explícita y grosera posible. Ejemplos: culómano, porculero, porculizador, enculador, poneculos y chupapollas. En inglés tenemos arse–crawler (traducible como arrastraculo), bum–fucker (jodedor de culos) y cock–sucker (chupapollas).

III. Metáforas animales

Ya vimos esta clase de insultos antes, construidos con símiles o metáforas animales, en este caso bastante menos prolija. Ejemplos: palomo (más maricón que un palomo cojo), mariposa (con el aumentativo mariposón), jibia, sepia.

IV. Suma, asociación y derivación de significados

En la familia de insultos relativos a la prostitución femenina ya vimos algunos mecanismos por los que la lengua asocia significados a un término ofensivo y este acaba derivando de forma a veces sorprendente e imprevisble.

Un buen ejemplo es bujarrón, que proviene, según el DRAE, del italiano buggerone y este, a su vez, del latín tardío bugerum. Bujarrón, y todas sus derivaciones (bujarra, buja, bujarro, bujendi, bujarronería y aun el verbo bujarronear) tienen un origen etimológico oscuro y en absoluto bien establecido.

También tenemos en puto un cambio de significado, en concreto una inversión. Puto era un insulto muy frecuente en el español del renacimiento para designar al homosexual. Hoy en día se usa bastante menos como sustantivo y mucho más como adjetivo (Ej.: El puto autobús siempre llega tarde).

En inglés tenemos algunos ejemplos bastante curiosos: por ejemplo, faggot, en su origen un galicismo con el significado de “haz de leña”. La asociación al homosexual viene, muy probablemente, de cuando la Iglesia quemaba a los acusados de sodomía. También está queer, que proviene de la raíz sajona qver (atravesar). El significado podría asimilarse en español a atravesado.

V. Eufemismos

Algunos eufemismos resultan francamente curiosos, como los automovilísticos: le va la marcha atrás, le patina el embrague y pierde aceite. Además de los neutros desviado, invertido, equivocado o afeminado, tenemos el ahembrado propio del español del siglo de oro y los que asocian a la condición de homosexual la inclusión en una especie de grupo distintivo: es de la acera de enfrente, es del otro bando, es de la cofradía del amor distinto, es del gremio, es de los que cuentan (el equivalente de la germanía al actual es de los que entienden).

b) Homosexualidad femenina

Es bastante menos frecuente el bagaje de insultos que aluden a la condición homosexual femenina o lésbica, quizá porque con aludir a la condición de puta hay suficiente arsenal ofensivo. Una clasificación simple podría ser esta:

I. Símiles culinarios

De origen incierto y oscuro es la subfamilia más conocida en español: bollera (y sus derivados bollito, bollaca, bollo, le va el rollo bollo) y tortillera (abreviado en torti)

II. Los que dudan de la feminidad

Estos insultos asocian la condición de homosexual a las mujeres de aspecto masculino o de actitud poco femenina. Tenemos virago, camionera, marimacho, machorra.

III. Los abiertamente procaces

No hay muchos. Podríamos proponer lamerrajas, muy explícito y grosero, junto a otros como comepelusas y comecoños. En todo caso son poco frecuentes.

Insultos familiares y otras lindezas

Afirma Ricardo Morant en su Gramática femenina que el insulto dirigido al español acaba siempre recayendo sobre la mujer y que, por tanto, siempre se le insulta a través de ella. Cierta o no, esta afirmación cobra mucha fuerza si se analiza un hecho relativamente objetivo: los principales insultos masculinos comparan al hombre con la mujer (cuestionando así su virilidad) o denigran a su madre o esposa.

Básicamente, en cuanto a insultos familiares, hay dos familias: las que atacan a los padres del interpelado (o las circunstancias de su nacimiento o concepción) y las que denigran a su esposa:

I. A través de los padres:

Resulta evidente que los insultos que denigran a la madre del aludido son más frecuentes que los que se dirigen a su padre. Entre ellos, el insulto estrella es hijo de puta, hijoputa en la forma abreviada actual e hideputa en la clásica del siglo de oro. De ahí se derivan hijo de tu madre, hijo de mala madre, hijo de la gran puta, hijo de perra, hijo de la grandísima y demás aumentativos pintorescos.

Bastardo y los insultos y expresiones insultantes derivados ponen sin embargo en duda la paternidad “oficial” del individuo y atañen, en principio, a su padre, pero, al tiempo, atacan a la madre de este, ya que suponen –y con bastante éxito– que parir un hijo ilegítimo es una deshonra para una mujer y un signo de vileza. De hecho, cuando la figura familiar a través de la que se insulta es el padre, se duda de su virilidad o se insinúa o declara abiertamente su condición de cornudo. Frases como Tu padre es un maricón atacan por tres flancos: la condición homosexual del padre, la dudosa paternidad del individuo y, a su vez, cuestionan la moralidad de la madre. Los cuernos de tu padre atacan por los dos últimos frentes al sujeto, si bien de cornudo a maricón hay poco trecho. Como puede verse, la idea de que al final de todo insulto dedicado a un varón hay una mujer no es cosa baladí.

También pueden ocuparse, de forma más o menos explícita, de las circunstancias de la concepción del insultado: a ti no te parieron, te cagaron, por poner un ejemplo de estas lindezas; malnacido, además, pone en duda las condiciones físicas y mentales del sujeto.

II. Cuernos

Insulto prácticamente exclusivo del hombre, la condición de cornudo ha sido y es origen de numerosos insultos, expresiones y chanzas del acervo popular. El insulto más fuerte de esta familia es cabrón (que, como puta, tiene asociado el vulgarismo cabronada, hecho digno de un cabrón), junto a sus derivados (cabronazo, cabroncete, cabrito, cabestro, macho cabrío). En realidad, el cabrón, en sentido estricto, sería el cornudo que consiente los cuernos, distinguiendo así dos cornudos: el que ignora su estado y es, según la tradición, el último en enterarse, y el que consiente los cuernos: el cabrón propiamente dicho (cuya condición se explicita con insultos como cabrón consentido).

(Como nota adjunta, la curiosa expresión “además de cornudo, apaleado” proviene del castigo que la Inquisición administraba a los maridos engañados que no lavaban con sangre su cornudez: los paseaban a lomos de un mulo con un tocado de cuernos en la cabeza, para escarnio de la multitud, que escupía y vituperaba al cornudo a placer.)

Pero volviendo a los ejemplos de insultos, tenemos un buen número de ellos basados en la idea de los cuernos, ya sea ampliando la comparación con animales (astado, caracol, novillo, toro de lidia, alce, buey, ciervo), algunos muy específicos y tauromáquicos (como vitorino, miura, morlaco, manso, corniveleto), o con derivados y sinónimos de cornudo: cornicabra, cornucopia, cornúpeta, cornuto, enastado, bicorne, etcétera.

Diferencias entre sexos

Está claro que hombres y mujeres hablan de formas muy distintas, dado que nuestro lenguaje no es sino el reflejo de nuestra idiosincrasia.

Las mujeres tienen, de media, una mayor capacidad verbal. Una mujer no le habla igual a una compañera de sexo que a un hombre, y viceversa. Hay una tensión sexual por medio que modifica y distorsiona la comunicación entre hombres y mujeres; entre hombres, más bien, suele haber una agresividad soterrada (o no), una especie de tanteo con las palabras, los gestos y las miradas. Entre mujeres, la cosa es más sutil.

Las palabras soeces recibirán de media un uso más frecuente por parte de los hombres que de las mujeres; esto quizá tenga que ver con la herencia genética de sociedades patriarcales y los caminos que cada cual encuentra para resolver sus problemas. Los hombres son más agresivos: resuelven sus asuntos por la fuerza. En cambio, las mujeres se mueven con más delicadeza y tranquilidad. Y, es inevitable, estos comportamientos heredados, instintivos, se reflejan en la forma de hablar.

Tratamientos de respeto

Los tratamientos de respeto son una valiosa herramienta para distinguir de forma inequívoca los estratos sociales. En las sociedades de siglos pretéritos eran, si cabe, más importantes aún, ya que en su gran mayoría las barreras entre estratos sociales eran mucho más rígidas y subrayaban derechos de nacimiento, linajes, honores y rangos de especial importancia. En nuestra sociedad actual puede decirse que han perdido importancia, si bien en absoluto han desaparecido. Dejando de lado los títulos eclesiásticos y nobiliarios, auténticas reliquias del pasado, hoy en día tenemos en español dos tratamientos: el de tú y el de usted.

De igual forma, a la hora de caracterizar los estratos sociales es vital tener claros qué tratamientos son los usuales entre ellos. ¿El voseo, el tuteo, etc.? ¿Anteponer títulos específicos? ¿Otras consideraciones jerárquicas y protocolarias? Un noble, por ejemplo, podría perfectamente tutear a un campesino o al sirviente que le pone el plato en la mesa, pero ay del plebeyo que haga lo mismo con él.

Registros sociolingüísticos

Los registros sociolingüísticos son los distintos niveles de nuestro lenguaje según la situación en la que nos encontremos. No hablamos igual, o no solemos hacerlo, en casa que con los amigos; no es lo mismo con nuestra pareja que si tuviéramos que declarar en un jurado, por poner unos ejemplos sencillos.

Por tanto, a la hora de hacer hablar a un personaje, conviene tener en cuenta cuántos registros sociolingüísticos tiene y cuál va a aplicar en esa conversación. Como regla general, las personas con un dominio mayor del lenguaje tienen un número y variedad de registros sociolingüísticos más elevados que aquellas cuyo lenguaje es defectivo, pero a la variedad de registros contribuyen también la diversidad de ambientes que conozca el personaje, o dicho de forma coloquial, que tenga más o menos “mundo”. Así, parece perfectamente lógico mostrar a un poeta de la corte capaz tanto de alternar en germanía con maleantes como de hablar con exquisitez a la hora de declamar sus versos en palacio, y no parece igual de razonable que un erudito aislado de la sociedad consiga adaptar su lenguaje a una conversación propia de una taberna de puntapié.

Un enfoque práctico para estudiar los registros sociolingüísticos es clasificarlos según su ámbito. Una clasificación sencilla pero efectiva bien podría ser esta:

a) Registro natural. El propio de la persona según su conocimiento, vocabulario, etcétera. El que utiliza sin presiones sociales de ningún tipo.

b) El registro formal. Aquel que usará para momentos de mayor formalidad. Aquí, dependiendo del nivel cultural del personaje, y su preocupación por la presión de la formalidad social, se podrán realizar las adecuadas clasificaciones.

c) El registro escrito, con connotaciones similares al punto anterior.

d) Probablemente una especie de “registro informal». Es decir, el de los amigotes, de la abundancia de palabras malsonantes y procaces o las noches de jarana, alcohol y diversión.

No se trata de que los personajes siempre dominen cuatro registros claramente diferenciados; esto sería muy artificial. Más bien interesa saber cuándo y cómo los emplea según en qué ámbitos se encuentra. Un personaje con menor capacidad lingüística utilizará el registro natural (o buena parte de él) para los otros registros. Si está preocupado por “ser formal” o “ser informal», intentará en la medida de sus posibilidades diferenciar; esto puede conducir a una serie de matices que viene bien tener definidos de antemano. Para el registro escrito, si toca, pasa otro tanto. El registro informal y el natural a menudo son el mismo; pero no siempre.

A la vista de todo esto, podríamos preguntarnos cuál de estos registros es el “verdadero” o el más “natural”. No hay una respuesta sencilla. Dependerá del personaje, por supuesto; si bien no hay que ser demasiado estrictos con este asunto. El registro más “natural” variará tanto según el estado de ánimo de una persona que tratar de diseccionarlo carece realmente de sentido. Por poner un par de ejemplos, muchos considerarán realmente grosero usar palabras fuertes, de modo que solo las usan en algunos ambientes o bajo presión; otros muchos las usarán sin ambages, al igual que otros vulgarismos, acentos regionales e incluso determinados vocabularios.

Además, es muy conveniente tener en cuenta que el registro que usará un personaje es también reflejo de sus relaciones con una situación. Si trata de distanciarse de ella, es probable que use un registro lo más alejado posible para aumentar las distancias. Ejemplo: alguien en una reunión en la que está incómodo y al que le dirigen la palabra en un registro muy informal puede contestar con frialdad, educación y un lenguaje muy “estirado», para reflejar su incomodidad. También puede enfocarse desde otra perspectiva: se puede adoptar un registro intencionadamente grosero para escandalizar al oyente y expresar así el rechazo hacia él. Si, en cambio, trata de amoldarse a la situación, buscará que su lenguaje sea lo más parecido al de sus interlocutores o, por lo menos, que este no sea marcadamente distinto.

Por último, como ya hemos comentado, siempre hay que recomendar la mesura. Llevar más lejos de lo necesario estas convenciones puede ser contraproducente. Cada caso debe estudiarse con calma; a menudo, es mucho más efectista cierta simplificación, o recalcar e incluso exagerar ciertos aspectos de sus registros.

La construcción de los idiolectos.

Si bien podemos definir con bastante detalle las características lingüísticas de un estrato social, no vamos a escribir sobre dichos estratos, sino sobre personajes inmersos en ellos. Así, para determinar cómo hablará un personaje, las características del estrato sociolingüístico al que pertenece serán la base de la que partiremos, para ir luego añadiendo diferencias y particularidades que le hagan verdaderamente singular.

Con esto no queremos decir que un personaje tenga que sufrir (o disponer de) obligatoriamente los lastres lingüísticos (o ventajas) del estrato al que pertenece. Un personaje de origen campesino puede estudiar y mejorar su dominio del lenguaje y perder, quizá, los acentos de la región en la que nació, o, por el contrario, un personaje con acceso a una educación excelente puede usar sin cesar muletillas y expresiones mal construidas. Pero el origen marca mucho y deberíamos tenerlo presente siempre que queramos caracterizar el idiolecto de un personaje.

Por tanto, si vamos a escribir los diálogos de una serie de personajes de un estrato bajo, podemos recurrir a las estrategias que hemos descrito anteriormente para hacer dicho diálogo más creíble. Podemos dotar de peculiaridades concretas al idiolecto de cada personaje, como por ejemplo:

  • Muletillas: las frases coloquiales, dichos, interjecciones y demás voces que el personaje use con mucha frecuencia son muy útiles para identificarlo (si bien tal vez no convenga abusar de este efecto, ya que en exceso puede resultar muy artificial).
  • Defectos o particularidades de índole gramatical: confusiones con los tiempos verbales, errores de concordancia, dequeísmos, loísmos, laísmos, leísmos, y un largo, largo etcétera.
  • Defectos de pronunciación específicos: tales como seseo, ceceo, yeísmo, dificultades al pronunciar consonantes o fonemas determinados, etcétera; por ejemplo, un personaje con pocos dientes que pronuncie las eses como efes: “Fí, feñor”. Para emplear estos recursos adecuadamente conviene estudiar sus implicaciones fonéticas, por supuesto.

En cualquier caso se trata de que el lenguaje sirva de vehículo de expresión para la personalidad de los personajes, que les dé una apariencia verosímil, creíble, y a ser posible inequívoca.

Lenguas extranjeras.

Un caso idiolectal muy interesante (y complementario a la anterior exposición del lenguaje–foco) es el de un personaje extranjero. Asumamos la siguiente hipótesis: disponemos en nuestra historia de una sociedad metacrónica[i] que emplea como lengua propia la vernácula (el castellano); existe también una lengua extranjera para el que empleamos de base algún idioma real. ¿Qué podemos hacer entonces con un personaje que chapurrea el castellano? Tiene simple solución: si hemos acudido a dos idiomas reales, busquemos la manera en que se producen las interferencias entre ambos idiomas: seguro que hay precedentes. Nada resultará tan coherente como esta solución.

Supongamos el gallego como idioma extranjero que geográficamente coincide con el castellano. Entre otros errores, podríamos topar, por ejemplo, con uno de género: en gallego paisaxe (paisaje) es palabra femenina. Esta voz gallega podría decir en castellano: Una paisaje tan bonita.

Son frecuentes los errores con los tiempos verbales. Un gallego no distingue entre el antepresente y el pretérito; entonces dirá siempre: Comí el arroz. Aunque lo correcto en un determinado caso sea decir: He comido el arroz.

Otra posibilidad, más agresiva pero con gran potencial: una mezcla directa de palabras en ambos idiomas. Supongamos un personaje inglés:

—Yo istoui… Estoui… How do you… —acompaña con un gesto de llevar comida a la boca—; ¿iitin…? ¿Coumeendou? ¿Coumiindou? Yeah! That’s it. Istoui coumiindou. Aurrós. Yeah suspiro de alivio. Cheeses! Really hard to pronounce this spanish stuff, huh?

Creación de sistemas lingüísticos

Introducción

Estamos, por fin, ante uno de los grandes problemas de ambientación de una novela fantástica: la parte lingüística. Ya hemos comentado la problemática del idioma de los protagonistas.

Cualquiera que sea el enfoque elegido, para una historia y un mundo en que exista más de una lengua será necesario muy probablemente un sistema lingüístico que lo defina. Así, en este apartado nos plantearemos por encima cómo podemos abordar la creación de ese sistema lingüístico con esperanza de una calidad razonable.

Necesitamos de una definición preliminar: ¿qué es un sistema lingüístico?

Un sistema lingüístico es aquel conjunto de reglas que servirán para dar la coherencia de una de las lenguas en el marco de la narración. Así, queda claro que este sistema puede ser más o menos complejo; de ahí que un sistema lingüístico pueda ser tan simple como un par de reglas en la construcción antroponímica o bien algo tan extenso como la definición de toda una lengua. En un primer extremo tenemos a muchos autores; un ejemplo, que a veces hasta resulta desagradable, es esa tendencia irremisible a poner la letra k en sus nombres de personas y lugares, sin haber realizado ningún tipo de reflexión. Porque lo han hecho otros, porque está de moda… Porque suena familiar… En el otro extremo está Tolkien, que decide crear un mundo para que sus lenguas sean más coherentes. En fin: la pregunta que a todos nos interesa contestar es: ¿podemos construir sistemas lingüísticos coherentes, creíbles pero razonablemente simples? Con más claridad: ¿podemos evitar construir todo un idioma y que el resultado sea digno?

Sí, siempre y cuando el uso directo que se haga de este idioma ficticio sea muy limitado.

Hay dos aspectos claros: uno, la estructuración del idioma ficticio en sí mismo; dos, cómo afecta este idioma a otros. Este segundo aspecto es fundamental y sirve para caracterizar el supuesto idioma casi tanto como un corpus de facto del idioma en sí mismo.

Lo primero es intentar una comprensión general de cómo funciona una lengua en toda su extensión. Objetivo nada baladí; lo introduciremos brevemente en el siguiente apartado:

Aspectos de una lengua

1) La lengua debe estudiarse teniendo en cuenta que existen dos perspectivas: una, la estática (lingüística sincrónica); la otra contempla lo evolutivo, lo que va cambiando (lingüística diacrónica) en la lengua. Dedicaremos a este punto el siguiente subapartado.

2) Toda lengua tiene, cuanto menos, cinco niveles de estudio: el fonético, el morfológico, el sintáctico, el nivel semántico y la representación escrita.

Vamos a inspeccionar rápidamente cada uno de estos niveles:

a) Nivel fonético

Siempre se descuida, y no es un tema tan complicado como a priori pueda parecer. Merece al menos un estudio básico: conocer y entender las familias de fonemas, cómo se producen y las claves de su funcionamiento. Aparte, el conocimiento de las realizaciones alofónicas permite hilar con otros temas expuestos aquí: la tanda de fallos lingüísticos, dialectales, etcétera.

¿Y todo esto de qué puede servir? Lo más importante, para saber qué alófonos y fonemas el hablante jamás ha utilizado. Por ejemplo: si el personaje sesea, entonces carece de la capacidad inconsciente de utilizar la /c/; sabemos así qué fallos podría tener hablando en una lengua extranjera a la suya. También puede resultar oportuno conocer algunos de los que utiliza que sean (relativamente) autóctonos. Todo esto se puede definir de forma sencilla, lo que ayuda a que luego el sistema lingüístico sea más coherente y sólido.

b) Nivel morfológico

¿Qué tipos de palabras maneja este supuesto idioma? ¿Existen todas las categorías del castellano? ¿Alguna más? ¿Alguna menos?

A veces, una caracterización sencilla de este nivel ayuda mucho también a ver cómo habla en otros idiomas. Imaginad que esa lengua carece de adverbios: lo difícil que le resultaría asimilarlos al hablar otro idioma.

Con esto podemos ir más lejos. Podemos plantearnos géneros de determinadas palabras comunes; o los tiempos verbales, cuáles no existen; o cuales existen pero que se emplea además con un uso distinto; algo muy común, por otra parte.

c) Nivel sintáctico

Una parte con su enjundia. De nuevo, aquí podemos plantearnos cómo se conjuntan las palabras, y cómo definitivamente no se conjuntan; táctica esta última que resulta simple y útil porque permite trabajar con un número pequeño de reglas prácticas.

Podríamos plantearnos una estructura obligatoria de núcleo verbal + complemento directo + sujeto, por ejemplo. O bien podríamos trabajar con determinadas perífrasis. ¿Cómo hacen las interrogaciones? Etcétera.

d) Nivel semántico

Este nivel engloba todas aquellas ideas o conceptos propios de un idioma, de una raza o de una zona, y que resultan completamente desconocidos fuera de ese marco.

Por ejemplo, una determinada raza podría no distinguir entre los conceptos de “yo” y “nosotros», por tener una conciencia colectiva. Así, para ellos, ambos términos significarían lo mismo; imaginad tan solo las posibles consecuencias lingüísticas de esta confusión.

Otro ejemplo interesante y real: una lengua que carezca del concepto de “cero” (y el número, claro).

e) La escritura

Profundizar por este camino supone un trabajo arduo y, con mucha seguridad, poco satisfactorio. Para obtener resultados dignos se requiere de unos conocimientos lingüísticos muy profundos; esto no está al alcance de la mayoría de los escritores. Basarse en nuestro abecedario para cuantos idiomas aparezcan en una historia (sea de la especie que sea) es difícil (no imposible) de sostener. Por otro lado, imaginemos por un momento la magnitud del esfuerzo que supone construir un abecedario distinto, en base a otras reglas y otros fonemas; a continuación, un cuerpo de palabras, reglas sintácticas y los debidos conceptos semánticos, intentando siempre abarcarlo todo como una lengua completa que es.

No obstante, nunca está demás saber detalles como cuántas vocales hay (esto también se relaciona con la fonética, por cierto), o si las vocales se sobreentienden por ciertas reglas. Si hay signos de puntuación (un detalle curioso que dificulta y mucho la lectura) o no. Ideogramas, iconos. Un abecedario numeral…

Evolución lingüística

Una lengua es como un ser vivo: así que nace, crece, se procrea, envejece y muere. En este proceso evolutivo existen una serie de mecanismos que operan para modificar la lengua. Estos posibles mecanismos evolutivos ya los hemos comentado aquí de forma suficientemente extensiva. Pero bueno, unos ejemplos nunca vienen mal: Importaciones para nuevos conceptos semánticos; por modas. Influencias de otros sistemas lingüísticos. Dialectos, argots… Necesidades de nuevos términos por una revolución social o tecnológica. La simplificación silábica (bolígrafo → boli), desgaste de grupos cultos (obscuro → oscuro), renovación semántica de determinadas palabras, etcétera.

Decíamos que una lengua nace, crece, evoluciona, envejece y muere. Es un ciclo vital, que a su vez proporciona otros ciclos vitales. ¿Cómo nace entonces una lengua? Pues precisamente a través de pequeñas variaciones que se van consolidando poco a poco y la apartan de la lengua madre. En este terreno de las pequeñas variaciones entra el concepto de dialecto, como variación de la lengua madre, sobre todo en un determinado ámbito geográfico. Por supuesto, un dialecto casi seguro que morirá; que se expanda es improbable. Así que los dialectos, como las jergas, tienen su ciclo vital. De vez en cuando, ciertos dialectos prosperan y pueden evolucionar, salir de sus fronteras por determinados hechos históricos (conquistas bélicas, comerciales) y convertirse en lenguas por derecho propio. En este nivel, también se hace uso de la palabra dialecto para relacionar paternidad: el castellano y el gallego, por ejemplo, son dialectos del romance, o del mismo latín.

Entonces, vayamos a las posibilidades prácticas de los dialectos así definidos: la diferenciación por regiones del habla, útil para una historia en que los personajes son unos trotamundos. Esta diferenciación es geográfica; eso quiere decir que va acorde con las limitaciones naturales: montañas, valles, islas, y todos aquellos impedimentos físicos naturales que impiden un contacto lingüístico. Así es como evolucionan las lenguas y se distancian dialectalmente entre sí; y así nacen los dialectos. Aquí tenemos entonces toda esa lista de errores del habla ya comentada antes (seseo, ceceo…). Podemos también trabajar evoluciones naturales distintas según zonas, a partir de la misma lengua. Por ejemplo, estudiando distintos desgastes de las letras y la ley de la tendencia al mínimo esfuerzo fonético que hemos ejemplificado en párrafos anteriores.

Una posible táctica consistiría en trabajar con grupos de palabras del mismo idioma pero con origen distinto: por ejemplo, para una región determinada, abundancia de palabras castellanas de origen gala; y para otra, abundancia en palabras castellanas de origen arábiga.

Un último apunte: cuando una sociedad madura lo suficiente y el caos bélico decrece, la cultura se vuelve más importante. Una consecuencia de esto es el intento de normalización, extensivo a cualquier aspecto de la vida cotidiana: desde comercio, moneda, carpintería, medidas…, hasta la lengua misma y su escritura. De ahí que, en determinado momento pueden, por ejemplo, aparecer organismos de control de la lengua que intenta establecer unas bases, una ortografía, un manual del bien decir. A mayor estabilidad social, mayor madurez en la normalización. Y viceversa.

Topónimos y antropónimos

Habiendo realizado los pasos anteriores, construir un pequeño y limitadísimo corpus para el sistema lingüístico es cosa de hacer pruebas. Los idiomas antiguos suponen un estupendo referente.

El más básico e importante de los objetivos de un sistema lingüístico: topónimos y antropónimos, que indefectiblemente tendrán un significado detrás, sea reconocible o no. Dicho de otro modo, uno no le pone un nombre a un sitio porque sí, inventándose la palabra. Al menos, no es habitual. Se suele poner por un motivo, y tiene un significado concreto.

A partir de ahí, este nombre se desgasta (o no); quizá hasta tal punto que puede no ser deducible el significado original. Así, debido a la evolución de los nombres conviene también pensar un poco en la evolución del sistema lingüístico.

Algunos ejemplos de topónimos:

  • Todas las Villafrancas y Vilafrancas.
  • Viladecans y Castelldefels tienen una historia curiosa. Dicen que en tiempos de la reconquista, en Viladecans (villa de perros) estaban los moros y en Castelldefels (castillo de fieles), los cristianos.
  • Olesa de Bonesvalls. Olesa es una variedad de olivo y bones valls son buenos valles.
  • Viladecavalls (villa de caballos), Vacarisses (vacas) o Porqueres (corrales de cerdos).
  • Valladolid: Valle de la Vid.
  • Galaroza: De Al-Jaroza, Valle de las Doncellas.

Últimas reflexiones

El escritor que se enfrenta a estos problemas lingüísticos topará con cuestiones como: ¿qué lengua se habla en el mundo? ¿Una, muchas? ¿Las otras lenguas, a cuáles se asemejan? ¿Cómo interfiere el lenguaje–foco, que depende y mucho del narrador utilizado?

Aunque así de entrada resulte un mundo de dificultades, no es tan difícil como parece construir un sistema lingüístico razonable. Hace falta, eso sí, conocer un poco todos los niveles de un idioma. Y, sobre todo, practicar. Tampoco es vital un estudio intensivo en todos estos niveles; a menudo, unos detalles aquí y allá alcanzan para transmitir ese “aire” de credibilidad que buscamos. En definitiva, un informe de una o dos páginas sirve para definir un sistema lingüístico apropiado que represente a una lengua. Muy limitado, claro está, pero cumplirá su función.

Encontraremos una aplicación práctica en antropónimos y topónimos, lo primero que cualquier lector percibe de un libro y, por tanto, lo más importante de cualquier sistema lingüístico. Otra aplicación es la caracterización adecuada de personajes extranjeros, proyectando las limitaciones del sistema lingüístico vernáculo al idioma del libro: en este caso, el castellano.

Aquí hay que reflexionar sobre varios puntos: en primer lugar, ¿cuál es la lengua real de nuestro personaje? ¿Un castellano retocado? Detalle de coherencia nada baladí. Esto está muy bien; más peliagudo es un personaje que habla un idioma ajeno o textos extranjeros. ¿Cuál es la mejor forma de llevar esto? Imaginemos que un personaje ve un escrito en un idioma del que nada sabe. ¿Cómo se lo mostramos en ese caso al lector? Tolkien (indudable referente para la creación de sistemas lingüísticos) lo hace directamente. Para eso ha trabajado antes en varias lenguas y puede escribir las runas apropiadas cuando le conviene. Pero si ese no es un camino que queramos seguir, por la complejidad que implica, podríamos trabajar sobre la asunción de que toda palabra no castellana es una traducción fonética al castellano; y los metatextos son a su vez una traducción escrita, al igual que la de los personajes. Lo cual, en cierta medida, nos deja en un punto muerto, sin demasiada base sólida y nada más que opciones cómodas y que diferencien al narrador.

Queda, sin embargo, el tercer camino ya anunciado: asumir con valentía que el idioma en que se escribe el libro (castellano) es el marco lingüístico de la historia; o bien una pequeña variante. No olvidemos, por otro lado, que Tolkien no solo usaba lenguas ajenas, sino que también trabajó con variaciones del idioma vernáculo —el inglés, en este caso— cuyas sutilezas se pierden, por desgracia, en la traducción al castellano.

Notas:

[i] Metacronías: narraciones en las que se recrean la historia o elementos históricos, alterándolos de alguna forma: ucronías, acronías, etcétera.

Bibliografía:

* Chamorro, M. I. Tesoro de villanos: Diccionario de germanía. Herder, 2002. ISBN 84-254-2220-5.

* Luque, J. de D.; Pamies, A.; Manjón. F. J. El arte del insulto: Estudio lexicográfico. Península, 1997. Atalaya. ISBN 84-8307-057-X.

* Moliner, M. Diccionario del uso del español. 3.ª edición. Gredos, 2007. ISBN 97-884-2492886-5.

* Seco, M. Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española. Espasa, 2004. ISBN 97-884-2399425-0.

* Varios autores. Diccionario panhispánico de dudas. Espasa, 2005. ISBN 84-294-0623-9.

* Varios autores. Diccionario de la lengua española. 22.ª edición. Espasa, 2001. ISB 97-884-2396814-5.

2004, Zaral Arelsiak, José María Bravo, Óscar Camarero, María de los Ángeles Flores, Israel Sánchez. Publicado bajo licencia Creative CommonsAtribución-No Comercial-No Derivadas 3.0 Unported.