Cómo reescribir una escena

Algo no está bien, aunque no sabes el qué. Quizá tengas tus sospechas, pero no sabrías explicar el porqué de estas. Lees, relees hasta la extenuación la condenada escena, pero sigue sin gustarte. Has cambiado frases, párrafos enteros, pero sigues insatisfecho; siempre que revisas tu obra y llegas a capítulos así, la desazón te invade: tuerces la vista, procrastinas, te asaltan dudas, hasta puede que consideres abandonar tu obra a medias.

¿Qué puedo hacer?, te preguntas.

Es sencillo. Tienes que reescribir esa escena o ese capítulo. Quizá incluso partiendo de cero.

Ah, reescribir. Un fastidio en toda regla, sin duda. Pero reescribir es como los impuestos: necesario y ―para el común de los mortales― inevitable si queremos conseguir una obra de calidad.

En este artículo quiero tratar las estrategias habituales que sigo cuando he de reescribir una escena (y donde pone escena, léase pasaje, capítulo, o incluso si me apuran, obra; les remito a mi anterior artículo si tienen dudas respecto a qué es una escena); pero antes, déjenme que aclare unos pocos conceptos:

Diferencias entre corregir, revisar y reescribir un texto:

Estos tres verbos no tienen un orden casual: los he ordenado de menor a mayor impacto. Veámoslos por separado:

Corregir: ‘Enmendar lo errado’, según el DLE.1 Aunque me gusta mucho más la acepción quinta, pese al desuso: ‘afeitar’. Corregir una escena conlleva una lectura en la que atenderemos principalmente a la forma (aunque se pueden corregir asuntos que atañen al fondo, como la continuidad, por ejemplo): pulir el estilo, los diálogos, las descripciones, mejorar la legibilidad, coherencia y cohesión del texto, y, naturalmente, corregir errores ortográficos y gramaticales, entre un sinnúmero de cosas.

Revisar: ‘Someter algo a nuevo examen para corregirlo, enmendarlo o repararlo’, de nuevo según el DLE. Cuando revisamos una escena analizamos esta como parte de un todo (el todo es, obviamente, nuestra historia) y como unidad. Esto es: la leemos con detenimiento para ver si cumple su función en la obra, si es coherente, si no incurre en contradicciones, etc.

Reescribir: ‘Volver a escribir lo ya escrito introduciendo cambios’. En este último caso, la definición del DLE causará escalofríos a más de un escritor. «¿Volver a escribir lo ya escrito? Uf».

Calma. Reescribir no siempre conlleva escribir de nuevo toda nuestra escena. Hay niveles de intervención: entre una reescritura ligera, que ataque una serie de problemas específicos, a una reescritura completa, profunda, de la escena ―lo que los anglosajones llaman (muy acertadamente) redraft― hay muchos puntos intermedios.

De nuevo, calma. Comenzaremos por el principio, si te parece:

Primero: averigua qué está mal

Debes releer tu escena. Sí, ya lo sé: lo has hecho quizá muchas veces. Demasiadas. Así que conviene que te alejes un tanto de ella. Déjala reposar un tiempo. Si el descanso se medirá en días o semanas, eso dependerá de ti.

Quizá te plantees contar con una opinión externa. No es mala idea, pero sugiero que recurras a tus lectores beta cuando tengas terminada tu obra ―cuento, relato, novela, ensayo, lo que sea―; es difícil juzgar una obra leyendo solo unos pocos capítulos; y, además, créeme, no te conviene abusar de tus lectores beta. Son un bien poco común.

Una vez que hayas reposado el texto, léelo de nuevo de la forma más imparcial posible. Es difícil, lo sé, pero inténtalo. Tal vez necesites cambiar el formato: léelo en papel, o en un ebook, o en voz alta, o qué sé yo cómo: pero hazlo.

Bien. ¿Qué falla? ¿Forma o fondo? Esto es: ¿hacia dónde se inclina la balanza de la culpa? ¿Hacia el cómo lo cuentas o hacia lo que cuentas? ¿O crees que fallan ambos por igual? Si no lo tienes claro, tal vez lo que siga pueda ayudarte a aclarar las cosas:

Fallos en el fondo

En cuanto al fondo, el asunto podría resumirse así: uno ―tal vez varios― de los aspectos de la escena falla. Esos ‘aspectos’ son los mismos que empleé para el proceso de planificar una escena, a saber: quién, por qué, qué, cuándo, dónde y cómo.

Veámoslos uno a uno:

Quién:

El quién, normalmente, es algo que debería estar bastante claro en una escena, al menos en lo que respecta al personaje principal de la misma. No obstante, quizá el problema es que hemos metido personajes de más o de menos, aunque es poco probable que sea lo segundo.

Tal vez sea que los personajes se comportan de manera incongruente respecto a cómo son (o cómo los has figurado hasta ahora). Conviene que revises con cuidado qué los ha llevado a la situación actual (para ello, te emplazo al siguiente aspecto, «por qué»). Si un personaje ha sufrido un varapalo en la anterior escena, en la siguiente, salvo que en el entretanto haya podido reponerse, sufrirá secuelas, físicas o anímicas.

Ponle un ojo especial a las descripciones de los personajes, por cierto; así evitaremos heridas que se curan solas, personajes rubios que luego son morenos y cosas por el estilo.

Por qué

El porqué de la escena ―sus antecedentes― es una guía para establecer su situación de partida. Revisa lo que ocurrió antes, forme o no parte de la narración, y comprueba que no haya incoherencias.

Qué

El qué es el quid de la escena. Determina qué ha de ocurrir en esta, qué hace avanzar la historia: tanto como si es un conflicto2 o como si es información de importancia para la resolución de la historia, el trasfondo de esta o de sus personajes.

Si no sabes decir a ciencia cierta el propósito de la escena, tienes un problema. Si esta, además, te aburre, es una señal casi inequívoca de que la escena, tal vez, puede que sobre.

Es una pregunta importante. ¿Para qué es necesaria esta escena? ¿Sirve a algún propósito claro para la historia? Y, de paso, pregúntate si está al servicio del lector o al tuyo.3

Cuándo

Este aspecto no debería ser problemático, salvo que el momento en el que se desarrolle la escena entre en conflicto con la historia. Como ya comenté en el anterior artículo, revisa bien las condiciones climáticas y de iluminación. Las carga el diablo.

Dónde

Como en el anterior aspecto, el dónde no debería, en principio, ofrecer demasiados problemas. Quizá no te guste la localización en la que has situado a los personajes. Bien, cámbiala por una más apropiada.

Quizá, por otro lado, hayas incluido demasiadas descripciones, o demasiado pocas; eso lo veremos más adelante.

Cómo

Junto al «qué», este es uno de los aspectos más importantes al que prestar atención cuando se está reescribiendo una escena, en conjunción con la forma en la que has narrado lo que ha de ocurrir.

El cómo es el desarrollo de la escena. Qué ocurre a lo largo de esta. Si sospechas que ese puede ser el problema, te sugiero algo: haz un esquema sencillo de lo que ocurre. Puedes emplear una pequeña escaleta o un diagrama, tal y como mostré en el otro artículo.

Después, revísalo con calma. Busca los puntos claves, en especial los que sirvan de inflexión dentro de la escena: cambios en el tono, acontecimientos importantes, resolución de conflictos, líneas de diálogo decisivas, etcétera.

Prueba, también, a articularla mediante el clásico esquema narrativo en tres actos, tan viejo como el mismo Aristóteles: planteamiento, nudo y desenlace. No todas las escenas se amoldan a esa estructura, pero puede ser útil emplearlo.

En muchas ocasiones, lo que no te satisface del desarrollo de una escena es su comienzo o su final. Prueba a seguir el adagio de la industria del cine: start late, get out early: entra tarde, sal temprano. Dicho de otro modo: ve al grano y termina lo antes posible.

Muchas veces el comienzo de una escena es el equivalente al carraspeo de alguien que suelta un discurso; y siguiendo el símil, muchos finales equivalen a las despedidas incómodas tras un encuentro molesto con alguien. Usa el escalpelo de la elipsis sin piedad.

Fallos en la forma

Si es la forma, lo que falla es la ejecución de la escena. Cómo has contado lo que sucede en esta. Por lo general, suele deberse a falta de oficio ―y eso solo puede arreglarse con lecturas y dedicación― o un uso inadecuado de los modos narrativos.

Sobre los modos narrativos tocará hablar en otro momento. Por ahora bastará con decir que son las distintas formas o registros que empleamos al narrar nuestra historia. Los más habituales son los siguientes: descripción, exposición, introspección, diálogo y transición.

A continuación, los abordaremos de forma sucinta:

Descripción

Entre el exceso y el defecto, el problema más habitual con las descripciones en una escena se inclina hacia lo primero: descripciones demasiado prolijas y abundantes.

Aunque también es posible que a nuestra escena le falten descripciones. Piensa en el clásico floating head syndrome (síndrome de la cabeza flotante) durante un diálogo: no hemos descrito apenas, o nada, el escenario, y durante el diálogo los personajes parecen voces perdidas en la nada.

Analiza las descripciones de tu escena. ¿Has dejado claro dónde transcurre? No tienes que describir con detalles todo, por supuesto; es más, describir algo con unas pocas pinceladas suele ser más efectivo que la sobreabundancia de detalles. Recomiendo seguir la llamada «regla del tres»: elegir tres aspectos importantes de algo (un escenario, un personaje) y prescindir del resto.

Por último, no olvides el punto de vista de la escena. Determinará (o debería determinar) las descripciones: si, por ejemplo, escribes desde el punto de vista de un narrador equisciente, las descripciones deberían estar teñidas por la subjetividad del personaje-foco.4

Exposición

Más aún que en el anterior modo, el problema suele estar en el exceso de exposiciones. La exposición es un modo narrativo considerado en muchos círculos como maldito, pero cabe señalar que tiene su cabida, en pequeñas dosis y empleado con inteligencia.

Aclaremos, por si acaso, que la exposición es un modo narrativo cuyo objetivo principal es incluir información de trasfondo, como el pasado de nuestros personajes, la historia del mundo en el que transcurre la historia, acontecimientos anteriores, costumbres y tradiciones, mitología y un largo ―no, larguísimo― etcétera.

Veamos algunos consejos concretos para valorar el uso de este modo narrativo en nuestras escenas:

―lo ideal es dosificar el uso de este modo narrativo para que la información no se antoje metida con calzador y, más importante aún, que el lector no se aburra.5

―alterna cada dos o tres párrafos (de extensión normal, claro) de exposición con algo de acción, o un diálogo;

―plantéate si realmente la información que ofreces suma a la historia. Si no lo hace, resta;

―una forma bastante útil de emplear este modo narrativo es partir de la reflexión de un personaje (de ahí la conexión con el siguiente modo narrativo, la introspección). Por ejemplo, si durante un encuentro entre personajes de culturas muy distintas y alejadas entre sí, uno de ellos (a ser posible, el personaje-foco si el narrador es equisciente) se exprime la memoria tratando de recordar cosas útiles sobre la cultura del otro, ese es un buen momento para dar unos cuantos detalles de trasfondo. No demasiados.

Introspección

La introspección es un modo narrativo muy útil para caracterizar a los personajes. Como en anterior caso, lo normal es que el problema esté en el exceso y no en el defecto. Las introspecciones no deberían romper el ritmo narrativo de la escena; y cabe señalar que no deberían usarse como percha para la exposición.

La introspección nos permite bucear en los pensamientos de los personajes; por tanto, aunque es tentador quizá emplearla para una suerte de «exposición de tapadillo» ten muy presente que estás dentro de la cabeza del personaje: lo narrado mediante este modo narrativo deberá estar teñido por la idiosincrasia de cada personaje.

Por otro lado, quizá no hayas usado este modo narrativo. En especial si usas un narrador equisciente, plantéate dar, en pequeñas dosis, información que has previsto proporcionar en la escena mediante diálogos o exposiciones.

Diálogo

(De este modo narrativo hay tres artículos recientes en el blog, a los que te emplazo para ahondar en el tema).

El diálogo es uno de los modos narrativos más comunes, y con motivo. Es poderoso, directo, ágil, y permite ofrecer información sobre los personajes que de otro modo sería muy difícil o imposible.

¿Qué debemos vigilar cuando revisemos los diálogos de nuestra escena? Te daré una lista breve de «pecados»:

―Acotaciones demasiado extensas: decidir qué es demasiado y qué demasiado poco es difícil. Pero, por regla general, las acotaciones de los diálogos no deberían romper el ritmo narrativo del diálogo. Debes emplearlas como pausas para que la narración respire. Una regla sencilla y visual para juzgar si las acotaciones de un diálogo son excesivas puede ser esta: si perdemos de vista las rayas de diálogo en más de una página,6 sin que el diálogo haya terminado, es posible que hayas abusado de las acotaciones.

―Diálogos cíclicos: en el momento que un tema se repite en el diálogo, algo falla. En la vida real la gente repite sus argumentos de formas distintas, hasta el hartazgo, pero en narrativa esto es un pecado mortal.

―Digresiones que no aportan nada: de nuevo, las digresiones son moneda común en las conversaciones reales. Pero en narrativa queremos que las digresiones que hacen los personajes en un diálogo tengan un propósito. Si no lo tienen, o es difuso, aligéralas o, aún mejor, elimínalas sin piedad.

Transición

Normalmente, dentro de una misma escena, este modo narrativo no se emplea demasiado, pues en las obras con enfoque dramático un cambio de escenario lleva asociado un cambio de escena. Pero, naturalmente, es útil emplear este modo narrativo cuando no deseas cambiar de escena o capítulo y quieres resumir acciones que, narradas con detalle, entorpecerían la narración. Por ejemplo, una escena de diálogo en la que los personajes pasean por una calle y deciden entrar en un bar; un simple párrafo de transición bastará para indicar que entran en el bar, dejan los abrigos en el perchero, se acomodan en una de las mesas y piden café.

Ahora bien, emplear demasiadas de estas transiciones puede resultar confuso para el lector, sobre todo si el resto de las acciones se narran de forma explícita. Cuando hay demasiados de estos párrafos (decidir qué es demasiado es algo que dejo al criterio del autor), quizá sea mejor considerar un cambio de escena.

Toma una decisión

Bien: ya has analizado del derecho y del revés tu escena, tanto en el fondo como en la forma, e imagino que tendrás una idea mucho más clara de lo que falla o flojea en la misma.7

Ahora toca lo más difícil.

Lo primero que debes considerar es si la escena es verdaderamente necesaria. Quizá el problema que tienes con ella es que no encaja la historia y la mejor opción es la más dolorosa: prescindir de ella.

Ahora bien, te recomiendo encarecidamente que, si optas por eliminarla, guardes una copia en un archivo de descartes. Quién sabe: puedes arrepentirte más tarde; o, tal vez, pueda servirte para otra obra con algunos cambios.

En el caso de que consideres la escena como necesaria, debes reescribirla, como es lógico. Revisa tus notas (porque has tomado notas, ¿verdad?), haz una lista de los cambios y reescríbela:

Si la escena necesita cambios puntuales, concretos, una reescritura ligera debería bastar. Haz los cambios pertinentes, deja reposar la escena y vuelve a leerla. ¿Satisfecho? Magnífico. (En caso contrario, me temo que tendrás que acometer cambios más drásticos).

Si, lamentablemente, los cambios son importantes, necesitas una reescritura profunda. En este caso te recomiendo que escribas un nuevo borrador, bien de toda la escena o bien de las partes cruciales de la misma. Este es el proceso que sigo cuando decido reescribir desde cero una escena:

1. Escribo un nuevo borrador ―siguiendo una nueva planificación o no, según considere conveniente―; muchas veces lo hago a modo de tanteo, para probar una nueva perspectiva. Evita pensar que puedes empeorar las cosas. El nuevo borrador no tiene por qué sustituir al antiguo de raíz; si te angustia mucho esto, piensa en este nuevo borrador como una «adenda» del anterior.

2. A continuación, comparo el nuevo borrador con el viejo, y decido con cuál me quedo. No es una elección de absolutos: tal vez ciertos pasajes del nuevo me parecen mejores, pero otros no, y viceversa.

3. Si el nuevo borrador no sustituye al viejo de raíz, me es muy útil partir de un documento nuevo, en blanco, donde voy montando la escena como una suerte de monstruo de Frankenstein: esta parte del nuevo, esta parte del viejo, esta otra para completar algún hueco, y así hasta que la escena queda completa.

Conclusiones

Reescribir puede ser un proceso arduo y doloroso, puedo dar fe de ello. Pero, si se hace con vista y decisión, marcará una importante diferencia de calidad en la versión final de tu manuscrito.

© de la imagen destacada: https://www.flickr.com/photos/pagedooley/.

  1. Diccionario de la Lengua Española. El de la RAE de toda la vida, en efecto. []
  2. No en todas las escenas tiene que haber un conflicto; este consejo lo oirás a menudo, pero resulta ridículo si lo piensas bien. []
  3. Esto incluye, sin duda, a las exposiciones o infodump en los que el autor se explaya, o cuando el autor emplea la obra para establecer su punto de vista sobre algún asunto. No hagas eso si escribes ficción: escribe mejor un ensayo y cuando te hayas desahogado, vuelve a tu cuento, relato o novela. []
  4. El personaje-foco es el personaje desde el cual se focaliza la narración de la historia, característico de un narrador equisciente. Podríamos llamarlo también ‘punto de vista’, traducción literal de las siglas POV (Point of View). []
  5. Créeme, hace falta ser un escritor realmente bueno para que un lector normal no se aburra con dos o tres páginas sobre las costumbres funerarias de una cultura. []
  6. Por si acaso: 250-300 palabras, más o menos. []
  7. Si no la tienes aún, me temo que tendrás que recurrir a una opinión externa, o dejar en barbecho la escena hasta que aclares tus ideas. []