Recapitulemos
Nunca, me parece, había escrito algo como lo que sigue, pero este año me apetecía probar, qué demonios. Así que vamos a ello:
2017 ha sido un año bastante diferente a los últimos, con muchos cambios. El principal ha sido el traslado de mi residencia de Málaga a Madrid, aparejado con otro, muy importante, de índole profesional: ahora mi oficio principal vuelve a ser la de técnico en prevención de riesgos laborales, y la de corrector/maquetador editorial ha pasado a ser el secundario. Reconozco que el cambio me ha traído cierta indiscutible paz de espíritu, algo de desencanto e, inevitablemente, de frustración.
Pasado el tráfago y el quebranto de la mudanza (a ojo, van unas 6 o 7 en los últimos cinco años), lo cierto es que me he adaptado pronto y bien a vivir en Madrid. Quizá lo único que echo de menos es el mar, que no la playa; y el único aspecto negativo son los desplazamientos al trabajo y el puñetero tráfico (el horror, ah, el horror).
Por suerte, he encontrado una solución aceptable en el uso mixto de transporte personal y el público. A pesar de algunas malas pasadas (rachas de retrasos, sobre todo por las fiestas navideñas), el uso del tren de cercanías ha sido todo un placentero descubrimiento. Y me ha permitido solucionar dos problemas: encontrar tiempo para leer más (casi una hora al día, de media) y aumentar la actividad física (media hora diaria no es mucho, de acuerdo, pero sí es mucho más que nada).
Pero vayamos al grano. Ciñéndome a lo literario, esto vino a ser mi 2017:
De lecturas:
Aunque este pasado año no ha sido muy abundante en lecturas, de entre los apenas quince libros leídos destacaría, con especial hincapié, dos títulos:
Un puente sobre el Drina
En una palabra: leedlo. En pocas palabras: leedlo, cuanto antes. La historia de Un puente sobre el Drina, que le valió el Nobel al serbio Ivo Andrić, gira alrededor del puente Mehmed Paša Sokolović, en la ciudad serbia de Visegrad, el cual cruza el río Drina y enlaza las dos culturas, musulmana y cristiana, entre las que se encuentra desgarrada la antigua Yugoslavia.
Ivo Andrić no se vale de artificios narrativos y emplea un narrador omnisciente que se inmiscuye lo justo en el relato para trenzar la historia del puente desde su construcción, sobre mediados del s. XVI, hasta su parcial destrucción durante la primera Guerra Mundial, a través de las vidas de los habitantes de Visegrad en un fluir continuo, casi hipnótico, de acontecimientos.
El testimonio de Yarfoz
No sabría, en cambio, si recomendar la lectura de El testimonio de Yarfoz. Soy especialmente adicto (ahora dirían, ay, muy fan) de la obra de Rafael Ferlosio (su Alfanhuí me parece una cumbre literaria del fantástico en español, y eso que ni se la considera del género). En El testimonio de Yarfoz, que transcurre en un mundo fantástico, no ocurre prácticamente nada reseñable, pero consigue una inmersión en la historia excepcional, esa suerte de «trance de lectura», por así llamarlo, en la que el lector se sumerge tanto en la historia que suspende su incredulidad y hasta su noción de la realidad.
Cabe mencionar, además, Filos mortales, de Joe Abercrombie. Entretenida lectura, muy característica de Abercrombie, pero algo heterogénea y demasiado deudora (casi parásita) de las obras ambientadas en el mundo de La primera ley. No la recomendaría salvo que te hayan encantado los títulos anteriores de Abercrombie.
De escribir y otros quebrantos:
En cuanto a la escritura, podríamos resumir 2017 en un quiero y no puedo. Después de terminar, por fin, la novela en abril 2016, el año pasado me planteé publicarla. Ya descartada la publicación tradicional, pensé en ponerme manos a la obra y revisar, maquetar y autopublicar Sombras y ceniza a partir de mediados o finales de 2017. No me han acompañado las ganas ni el tiempo, por ahora.
Es curioso la de veces que he justificado que no escribía porque «no tenía tiempo», cuando no era cierto. Esta vez, maldita sea, es verdad. Sí, ya sé, los gurús de la escritura y de la productividad sueltan cosas como «siempre hay tiempo si se tienen suficientes ganas», pero no estoy de acuerdo. Sí, evidentemente, tener ganas es lo más importante si quieres escribir. O aprender un idioma. O ponerte en forma. Y buena parte de las veces, nos mentimos a nosotros mismos. No es que no tengamos tiempo, es que no tenemos ganas de dedicarle tiempo a escribir, hacer ejercicio o lo que sea, sobre todo porque tendríamos que prescindir de otras cosas más gratificantes, al menos a corto plazo.
En mi caso, actualmente puedo afirmar que quiero escribir, pero que no tengo tiempo. Al menos sin renunciar a dormir las apenas seis horas que duermo, de media. Y no, no puedo quitarme tiempo de ver televisión (a la que nunca he dedicado tiempo), jugar a videojuegos (la PS4 acumula polvo en la buhardilla) o futesas como las redes sociales (hace ya tres felices años que borré todas mis cuentas de las redes sociales, y que dure). Cosas del pluriempleo. Por una parte, viene muy bien contar con dos fuentes de ingresos, por otra, he de admitirlo, comienzan a hacerme mella tantas horas de trabajo al día, por cuenta propia y ajena.
En fin. Poco a poco, como se suele decir. Cuando la situación cambie, seréis los primeros en enteraros. Prometido queda.