De espadas y falacias (i)
Debía tener seis o siete años, calculo, la primera vez que la vi, y desde sus primeros fotogramas me quedé fascinado. Años después volví a verla; ya no era lo mismo. Había envejecido bastante mal, y los combates a espada entre caballeros enfundados en brillantes (y anacrónicas) armaduras habían perdido mucho de su atractivo.
Hablo de Excalibur, la película de John Boorman de 1981. Creo que ese fue el comienzo de mi fascinación por las armas blancas y, cómo no, en especial por la espada. Muchos han sentido la misma fascinación por ella, y no es de extrañar: prácticamente todas las culturas guerreras la han tenido como arma señera en su panoplia, e incluso las que no alcanzaron a dominar la forja del acero (porque no es tarea baladí convertir un lingote de hierro en una espada bien equilibrada, con un filo duro y tenaz a un tiempo), incluso esas culturas, decía, han tenido armas semejantes, como por ejemplo las macanas1 (híbrido de espada y maza) en el caso de las culturas precolombinas.
La espada, además de arma, ha sido siempre un símbolo, envuelto en un halo de poder y misticismo innegable. Con ella se distinguieron las castas guerreras a lo largo de la Historia; omnipresente en la mitología y la literatura popular, casi todos conocemos los nombres de espadas míticas como Durandarte, la Tizona y la Colada, Gram, Tyrfing o, sin ir más lejos, quizá la más famosa de todas, Excalibur.
En cualquier caso, toda fascinación lleva, inevitablemente, al mito; y el mito es capaz de mezclar verdad y falsedad de la forma más insidiosa. La industria del cine, que se ha nutrido de tales mitos, es en buena parte responsable de divulgar las falsedades alrededor del uso de la espada, aunque la literatura fantástica ha contribuido no poco también a difundirlas.
Paradójicamente, fue mi interés por la literatura fantástica lo que me hizo intentar saber más acerca de cómo se luchaba «de verdad» con espadas, empeño harto difícil, porque la bibliografía disponible sobre el tema no es ni precisa ni abundante; sí que hay muchos ensayos sobre yacimientos arqueológicos en los que se hablan de armas y armaduras, y textos históricos sobre las batallas de todos los periodos y las armas que se emplearon en ellas, pero información sobre cómo se luchaba con tales armas y los principios que regían su manejo, prácticamente ninguna y, además, sin que haya sido contrastada mediante la práctica.
Imaginad mi alegría cuando, a finales del pasado siglo, el interés por las artes marciales2 occidentales ya era una realidad palpable. Internet contribuyó sobremanera a difundir el fenómeno y a canalizarlo.
Fue en 2003 cuando tuve la primera noticia de la existencia de la AEEA, la Asociación Española de Esgrima Antigua, aunque no fue hasta 2007 cuando me decidí a conocer de primera mano qué tenían que ofrecerme. Poco a poco fui tomando contacto con dicho arte marcial, y tuve la grata experiencia de conocer, de primera mano, lo que se siente al blandir una espada; o, al menos, la mejor aproximación que puede hacerse hoy en día sin arriesgar el pellejo en el proceso.
¿Qué es lo que he aprendido desde entonces?
Que la práctica totalidad de mis concepciones sobre el tema eran erróneas. Fue, por cierto, una sensación extraña; por un lado, al disolverse mitos, falacias y exageraciones, sentí cierto grado de decepción. Por otro, la complejidad y riqueza de la esgrima con espada me maravilló: de una concepción tosca, brutal, de los combates, pasé a vislumbrar un Arte sutil, racional, pero ni un ápice menos mortífero.
Este modesto artículo en dos entregas es mi pequeña aportación para desmentir los falsos mitos sobre el combate con espadas. Insisto: no me considero un experto, antes al contrario: sigo fascinado con la esgrima con armas occidentales por lo que desconozco, no por lo que creo saber.
A la hora de elegir de qué mitos hablar me encontré que había muchos. Demasiados. Así que elegí, literalmente, los que me daban más rabia. Por supuesto, son todos los que están, pero no están todos los que son.
Comenzamos:
Mito n.º 1: El peso de las espadas
Todo el mundo sabe que los vikingos tenían cuernos en los cascos y que las espadas medievales pesaban un huevo y la yema del otro. Diez kilos. O más. Eso es así. De hecho, aún nos acordamos de ese viaje a Toledo, en el que cogimos una espada de esas que vendían en los tenderetes del casco antiguo. O si no hemos estado en Toledo, un amigo nos prestó la espada que tiene colgada en la pared de su salón. Y joder, cómo pesaba. Así de fuertes debían de ser los gachós; y es normal que las luchas entre guerreros fueran tan lentas y toscas. Con esas armas, normal. ¿Verdad?
No. No. Y no.
Las armas medievales no pesaban tanto como cree la mayoría de la gente, sino que eran sorprendentemente ligeras y manejables. (Y de paso: los vikingos no tenían cuernos en los cascos. ¿Vale?)
Una espada medieval de una mano rara vez pesaba más de 1500 gramos, y lo normal es que tuviera un peso entre 900 y 1200 gramos. Poco más de un kilo. Una longsword, o espada de dos manos, podía pesar entre 1200 y 1800 gramos, según longitudes. Y tales armas no podían pesar más por una cuestión de simple geometría. Para que una espada pese 4 o 5 kilos ha de ser un tocho de hierro, tal cual.
Ojo: las llamadas «espadas de parada» son harina de otro costal. Con «de parada» me refiero a armas, armaduras y pertrechos empleados para exhibiciones: desfiles y otros alardes militares. En esos casos, los pesos subían considerablemente, llegando a los tres y cuatro kilos… pero nadie llevaba esas espadas a la guerra. Lo cual enlaza directamente con el siguiente mito…
Mito n.º 2: Las espadas de fantasía
Las armas «de parada», como comenté más arriba, no eran armas para el combate, sino de exhibición. Tenían nielados, incrustaciones de oro, plata y gemas preciosas y toda clase de adornos. En muchos casos se ofrecían como regalos a nobles y reyes, y naturalmente, no se usaban para combatir. Por otra parte, ¿creéis que un guerrero, cuyas herramientas eran sus armas (defensivas y ofensivas), tendría armas ornamentadas con hilos de oro y demás filigranas? Rotundamente no. El equivalente sería ver a un albañil con un cincel engastado de piedras Swarovski: un sinsentido.
Sin embargo, herederas directas de estas armas de parada, las espadas catalogadas como «de fantasía» parecen ser la norma y no la excepción. Buscad, si no, en Google Imágenes la palabra sword, o espada, y echad un ojo a los resultados. En los ojos de sus potenciales compradores deben de parecer bellas; a los ojos de alguien mínimamente versado, son el súmmun del horror. Estas armas son pesadas, están mal diseñadas, peor construidas y resultan imposibles de todo punto de manejar. Irónicamente, se hacen para perpetuar muchos de los mitos asociados a las espadas.
Por cierto, los aficionados gringos al coleccionismo de armas llaman a estas espadas wall hanger, que podríamos traducir como «espadas perchero». Estas espadas, por otra parte, suelen tener espigas cortas o inexistentes (la espiga es la parte de la hoja donde se asegura la guarnición), con lo que el riesgo de que se rompan al recibir un golpe es muy alto. Si tenéis una de estas espadas en casa, ni se os ocurra poneros a blandirla a lo loco: una hoja de espada volando por los aires puede herir de gravedad al que pille.
Cómics, videojuegos y cubiertas de libros de fantasía aportan su grano de arena a extender esta visión de las espadas como normal. Comparad una de estas espadas de fantasía con una réplica de una espada histórica, y rápidamente llegaréis a la conclusión de que las primeras son una deformación absurda de la realidad.
Mito n.º 3: Las armaduras
En el imaginario popular, el caballero medieval, enfundado en su brillante y pesada armadura, apenas si puede moverse. No puede levantarse tras ser derribado, sin ir más lejos, así que, si cae del caballo, está a merced de sus enemigos.
Nada más lejos de la realidad.
La armadura de placas completa o «arnés blanco», cuya imagen está firmemente impresa en nuestro imaginario era, en verdad, pesada. Podemos hablar de al menos 30 o 40 kilos de metal. Un peso considerable, sin duda. Pero ¿cómo era que no restringía apenas la movilidad del portador?
Muy fácil: mediante un reparto equitativo del peso y un excelente diseño afinado por los maestros armeros durante un largo proceso de ensayo y error; digamos que una armadura de las llamadas «góticas» viene a ser una maravilla de la ingeniería de su época. Así que no restringían la movilidad del portador durante el combate, ni impedían subirse a un caballo o realizar las actividades más usuales.
Naturalmente, no todo eran ventajas. Nadar con ellas conllevaba algún que otro problema… o, ejem, aliviar la vejiga o el vientre. Por no hablar del calor que daban; de ahí que en países cálidos las armaduras de metal sean mucho menos frecuentes, y se restrinjan a las protecciones más básicas, yelmo y peto. Una solución parcial para el calor era llevar tabardos o sobrevestes encima de la armadura, con el objeto de que el metal se calentara menos al recibir el sol.
El siguiente mito asociado a las armaduras menoscaba su efectividad y verdadero propósito: mantener con vida a su portador. Las armaduras eran muy efectivas (y muy caras). Todo guerrero adquiría la mejor armadura que podía permitirse; en ello le iba la vida. La mejor opción era el ya mentado arnés blanco (que no es medieval, por cierto, ya que es propio del s. XV en adelante), el cual era prácticamente impenetrable a los cortes y estocadas, salvo en sus puntos débiles, y aún así, la cota de malla bajo ella y el acolchamiento de un buen gambesón podían quitarnos la mayor parte del peligro.
Lo cual nos lleva a una paradoja: todos tenemos en mente luchas de caballeros embutidos en flamantes armaduras en la que esgrimen espadas; pero estas espadas no pueden hacer mucha mella en ellas, así que, ¿qué sentido tenía usarlas en tales combates?
Ninguno. Por lo menos tal y como se esgrimían en un duelo a espada. Para luchar contra armaduras, la esgrima con espada usaba técnicas conocidas como «de media espada», en la que la espada se agarra con la mano derecha de la forma habitual, pero la izquierda se sitúa sobre la mitad de la hoja o el principio de su tercio débil.3 De esta forma, la espada se convierte en una curiosa combinación de espada y lanza con la que buscar los huecos de la armadura del adversario para asestarles el mejor ataque posible: una estocada potente con un arma de punta recia. La esgrima de media espada permitía, además, acciones de combate cerrado de las que salen luxaciones, derribos y presas, con la espada como palanca y el peso de tu cuerpo (y el de la armadura) como contrapeso.
Resumiendo: un guerrero armado con un arnés blanco era algo de temer. Pero, ay, la cosa cambió tras la llegada de la pólvora y el perfeccionamiento de las armas de fuego. Aunque esa es otra historia.
(Añadido el 15/06/2011:)
Y para darle la puntilla a este mito con imágenes, van dos excelentes vídeos que demuestran la movilidad con armaduras:
Mito n.º 4: Los giros de 360º
Este es muy frecuente en las películas de acción en las que salen combates con armas blancas. ¿Sabéis a qué me refiero? ¿No? A ver: me refiero a cuando el actor, antes de asestar un espadazo, gira sobre sí mismo para imprimir un gracioso giro de 360º, alehop, al movimiento. En el proceso (lento, predecible, arriesgado) le ofrece, durante un tiempo nada desdeñable, la espalda al enemigo.
Suficiente para que te atraviesen de parte a parte, creedme. Bajo ningún concepto un combatiente daría la espalda a un enemigo. Lo primero que aprende cualquiera con un mínimo de experiencia en combate es a que el oponente no le «gane grados al perfil», en terminología de la Verdadera Destreza4: en cristiano, los oponentes procurarán que los ejes longitudinales de sus cuerpos estén siempre enfrentados. Cualquier ángulo distinto de cero a favor de uno de los contendientes ofrece una ventaja tal que nadie, en su sano juicio, se arriesgaría a hacer una maniobra similar; por no hablar que dejar de ver a tu oponente, aunque sea durante una fracción de segundo, es un riesgo absurdo que nadie querría correr. En su sano juicio, al menos.
Mito n.º 5: Las armas a la espalda
Las espadas se llevaban a la cintura. En un tahalí que colgaba del hombro, o al cinto, mediante un talabarte. Pero a la cintura; no a la espalda.
¿Por qué no? Porque desenvainar un arma (de cierta longitud) sujeta a la espalda es lento y difícil. Haced la prueba si no me creéis (yo la hice en su día).
¿Y las armas grandes? ¿Como, por ejemplo, los claymore escoceses? ¿O los zweihänder alemanes? Pues al hombro, sin vaina, por lo incómodo de portar una espada tan larga envainada. He leído menciones sobre soportes con ganchos que usaban los escoceses para llevar sus claymore a la espalda, y es probable que se usaran, pero en cualquier caso es la excepción que confirma la regla y, además, los escoceses llevaban sus espadas de mano al cinto, como Dios manda.
En realidad, todo esto de las armas a la espalda viene de la imaginería de los ninja, que el cine ha retratado una y otra vez con sus ninjatos a la espalda. Lástima que todo sea falso. Los ninja vestidos de negro como superasesinos pertenecen más a la leyenda que a la realidad histórica; y, sin ir más lejos, los ninjatos (esas katanas de filo recto usadas por los ninjas, supuestamente) son un bulo. Jamás existieron.
Así que, sencillamente, en la enorme mayoría de ocasiones una espada se llevaba (ceñía) al cinto. Ya sea mediante un tahalí colgado del hombro o un talabarte; pero al cinto. Naturalmente, en las películas, cómics, novelas o videojuegos, los protagonistas seguirán llevando las espadas a la espalda, a lo ninja molón: pero los que hayáis leído este artículo sabréis que es una filfa.
(Sigue en De espadas y falacias (ii))
- Entre las macanas destacan las usadas por los guerreros mexicas, llamadas macuahuitl en su lengua, las cuales disponían de afilados fragmentos de obsidiana a lo largo de la «hoja». [↩]
- Por si las moscas: arte marcial es todo lo que esté relacionado con la guerra y las armas, y no exclusivamente las disciplinas venidas de Oriente. [↩]
- La hoja de una espada se divide en partes. Algunas fuentes consideran solo dos: el fuerte y el débil, o la fortaleza y la flaqueza; pero la división habitual es tres, conocidos como tercios. El primero, llamado tercio débil o flaco —que es, por cierto, con el que se considera que la espada hiere— se sitúa entre la punta de la espada y la tercera parte de su longitud; tras él está el tercio medio y el tercio fuerte o de fuerza, que termina en la guarnición de la espada. ¿A qué se deben estos nombres? Cuando dos espadas se encuentran, o en términos de esgrima, se agregan, lo que tenemos en un sistema de fuerzas regido por la vieja ley de la palanca: cuando la agregación se produce en nuestro tercio débil es cuando menos control podemos ejercer sobre la espada del contrario; y cuando se produce en nuestro tercio fuerte, cuando más. [↩]
- Con Verdadera Destreza (esta última palabra, por cierto, era sinónimo de esgrima en el español antiguo), me refiero al sistema tradicional de esgrima española ideado en el s. XVI por don Jerónimo Sánchez de Carranza y desarrollado por Luis Pacheco de Narváez. Este sistema, que aúna Matemáticas, Filosofía y Geometría en sus conceptos, elevó la esgrima al carácter de ciencia, e hizo de los esgrimistas españoles unos temibles adversarios. [↩]