Los reyes heréticos, Paul Kearney
Los reyes heréticos continúa la serie de Las monarquías de Dios tras el magnífico arranque que supuso El viaje de Hawkwood, donde se comienzan a recoger las tempestadas sembradas en la primera parte: estamos en el año del Santo de 551, y el cisma que separa las naciones ramusianas es ya un hecho: los partidarios del prelado Macrobius, dado por muerto en el saco de Aekir, se oponen a las hogueras de la fe prendidas por Himerius, el nuevo y ambicioso prelado de la fe de Ramusio.
A su regreso a Abrusio, Abeleyn de Hebrion se enfrenta con una guerra civil en curso entre sus partidarios y los de Himerius. Tras la apurada pero exitosa defensa del dique de Ormann, el soldado torunno Corfe Ceaf–Inaf regresa a la corte del rey Lofantyr, donde este le encomendará una misión condenada, de antemano, al fracaso; mientras tanto, el capitán Hawkwood, el noble Murad y el hechicero Bardolin exploran los misterios del continente occidental para hacer frente a una terrible amenaza; y en Charibon, capital de la fe ramusiana, los monjes Albrec y Avila harán un hallazgo cuya magnitud podría tambalear la Iglesia de Ramusio.
Por si la anterior sinopsis no lo deja claro, las novelas de Las monarquías de Dios no son autoconclusivas, y para entender los acontecimientos Los reyes heréticos hay que leer la primera parte, de la cual podéis leer mi comentario aquí.
Y por si hiciera falta: no estáis leyendo una reseña. Es una recomendación. Efusiva. Porque Paul Kearney escribe la clase de fantasía que, hoy por hoy, me parece la más interesante del género: una muy próxima a la ficción histórica, a la que los gringos llaman historical fantasy y cuya evidente traducción, fantasía histórica, quizá resulte algo confusa.
Me explico: la fantasía histórica de Las monarquías de Dios toma los mimbres de la historia de nuestro mundo para escribir historias que apelan a eso que Jung denominó inconsciente colectivo, pero procurando conocer bien el paradigma histórico del que se parte para luego retorcerlo luego por cuenta—y riesgo— del autor; y es que, seamos francos, de otra forma lo único que haremos es rumiar las imaginerías de siempre, traídas y llevadas hasta el desgaste, que tanto han lastrado el género.
Cuando entrevera la urdimbre de la historia, Kearney sabe lo que se hace. El elaborado trasfondo de Las monarquías de Dios, un trasunto de una particular Europa con los pies apenas plantados en la Edad Moderna, lo deja bien claro. Sin embargo, es de justicia avisar que en esta segunda parte de la serie la parte bélica, por así decirlo, tan deslumbrante en El viaje de Hawkwood, tiene un peso mucho menor, aunque los pasajes de la guerra civil en Abrusio son un magnífico ejemplo de cómo narrar combates con verismo y buen pulso narrativo.
De nuevo, mi único reproche serio a esta novela es el mismo que le hice a El viaje de Hawkwood: te deja con hambre y sed; parece un episodio de transición hacia la apoteosis que, aún en el horizonte, ya se barrunta, y que esperamos leer con ansia en los próximos títulos de la serie.
Tras Los reyes heréticos seguirá la publicación del tercer volumen, Las guerras del hierro…
… o eso espero. Para los que no estén al tanto, Las monarquía de Dios, por motivos que no consigo entender, no ha tenido la suerte comercial deseable. Su editor, Luis G. Prado, a raíz de las propuestas de los lectores en esta entrada de su bitácora, planteó una solución: suscribirse a los tres números restantes de la serie, con un 10% de descuento sobre el precio de venta, con el objeto de asegurar una cantidad mínima de ejemplares vendidos que consiguiera que «saliesen las cuentas». Para tal efecto se necesitaban al menos 150 suscriptores.
El plazo de suscripción se agotó hará unos cuatro o cinco días. Sin embargo, por mayoría aplastante de los suscriptores (entre los que, por descontado, me incluyo) se ha prorrogado hasta el 1 de julio, así que aún estáis a tiempo: dadle una oportunidad a Las monarquías de Dios. Estoy seguro de que no os arrepentiréis.
Una nota final: es de agradecer la forma en la que el editor de Alamut está manejando esta propuesta: podrán criticársele otras cosas, pero falta de claridad y transparencia no, desde luego.
Así que, si os interesa aseguraros que tendremos estas y otras obras de Kearney, os animo a suscribiros; tenéis la propuesta de suscripción, al completo, aquí.