Prejuicios varios sobre la fantasía y otros cainismos
No nos engañemos, el género fantástico (suerte de cajón de sastre en el que incluyo Terror, Fantasía, Ciencia ficción, e incluso realismo mágico) nunca ha estado muy bien visto en España, y el escrito originalmente aquí, aún menos. El panorama ha mejorado bastante, sí, pero no como para gritar hurras. No hace tanto de la época en la que autores como Ángel Torres Quesada o Domingo Santos, entre otros, publicaban títulos bajo seudónimos gringos (los llamados bolsilibros de Bruguera). Lo hacían en aras de mejores ventas, sí, pero también para superar el recelo, el cainismo del aficionado. Nadie es profeta en su tierra, y predicar la fantasía en nuestro idioma ha sido una empresa abocada al fracaso hasta no hace mucho.
Es cierto, insisto, que las cosas están cambiando. Hay un saludable volumen de títulos de género fantástico que se escriben en español, y no hace sino crecer cada vez más. No obstante, al fantástico en español aún le queda mucho que madurar, y para ello debe eliminar dos lacras fundamentales (todo esto con un gran EMHO por delante, claro, y además ahora hablo como lector de género):
1.) Argumentos muy vistos.
Buena parte de las historias fantasía se basan en paradigmas tomados de mitologías anglosajonas (celta, nórdica y germánica, principalmente), y seamos sinceros, de la imaginería de la obra de J. R. R. Tolkien y los autores que prosperaron a su sombra. La gran mayoría de escritores de fantasía autóctonos escriben historias basadas en ese paradigma, porque la tendencia natural y lógica del que empieza a escribir es imitar lo que le gusta. Lo que ha mamado como lector, vamos.
¿Exagero? Os propongo algo: tomad un rimero de obras de fantasía autóctonas y leed los títulos y sinopsis. Si no encontráis palabras como dragón, elfo, enano, señor oscuro y demás términos afines, me como mi sombrero. (Si hace falta, me compro uno.) Haced una segunda prueba: coged obras de esos mismos autores y fijaos en los antroponímicos y gentilicios (los nombres de los personajes y pueblos, vamos). ¿Cuántos tienen origen claramente anglosajón? ¿Pocos? ¿Muchos?
Entendedme bien: no es que la imaginería clásica derivada de la obra de Tolkien tenga, per se, algo malo, ni los elfos, dragones, enanos y señores oscuros al uso. Pero echo en falta una voz propia para la fantasía escrita en español, nuevos enfoques que exploren otros paradigmas, otras mitologías y folclores más cercanos a nuestra cultura. Y para ello es necesario que el género madure, que desarrolle lo que yo llamaría poso. Como es evidente, esto no se puede hacer de un día para otro.
2.) Malas ediciones y escaso nivel literario.
Cuando curioseo sobre obras de género fantástico de autores autóctonos no puedo evitar ese recelo del que hablaba al principio. La culpa la tienen las obras mal editadas que aparecen en el mercado, con toda una plétora de erratas, errores gramaticales, solecismos… por no hablar del estilo literario (sí, señores, el estilo existe e importa), en muchos casos plano y sin personalidad, como si el autor ignorara los recursos de su propia lengua.
En cuanto a la calidad de las ediciones, está claro que la culpa principal la tienen los editores. Algunos demuestran un interés nulo por el producto que venden, o simple y llanamente, una absoluta falta de profesionalidad. Por supuesto, esto no se aplica a todas las editoriales, pero lo cierto la media obtiene un aprobado raspado.
En cuanto a por qué abunden esos estilos insulsos y desleídos, tengo una teoría al respecto que me gustaría compartir aquí: el problema está en que los autores leen demasiada fantasía. Bajad esas cejas, que procedo a explicarme: si un escritor no dispone en su bagaje como lector suficientes lecturas escritas originalmente en su idioma, habrá sido un lector, mayoritariamente, de traducciones. Y las traducciones arrastran con demasiada frecuencia estructuras sintácticas extrañas a la lengua de destino, con el resultado de propiciar vicios del lenguaje. Citaré tres ejemplos muy sangrantes y comunes: el abuso de gerundios, de frases en pasiva y de adverbios terminados en –mente.
La solución a este problema es sencilla: leer más en español y menos traducciones. Lo cual es, lógicamente, un dilema para el escritor de género, pues tenderá leer lo que le gusta y no halla en su lengua. ¿Cómo resolver esta paradoja? No hay que renunciar a leer obras de fantasía traducidas, pero es necesario compaginarlo con la lectura de obras originales en español de calidad.
Estas son las dos lacras principales que evitan que el género fantástico mejore su reputación y se gane el interés de la crítica y público generalista.Y si amamos este género, debemos hacer todo lo posible para combatirlas.