Sobre Sombras y ceniza, 1: Quid
Es curioso, pero encuentro harto difícil hablar de mi obra (fíjense que vacilé, incluso, al escribir mi obra, por considerarlo ampuloso). No sé muy bien por qué. ¿Pudor? ¿Modestia? ¿Inseguridad? ¿Todo aunado, quizá?
Quién sabe. El caso es que he decidido poner por escrito algunas ideas y reflexiones sobre la novela, a modo de complemento de las «Notas sobre el trasfondo» que incluí poco antes de ultimar la autopublicación. Las cuales, por cierto, les brindo más abajo:
Sombras y ceniza – Notas sobre el trasfondo
Fue mi amigo Pablo Vila el que me convenció de incluir este apéndice. Y tuvo que hacerlo porque me resistía a escribirlo. He de admitir que buena parte de mi reluctancia no eran sino prisas, impaciencia y, ¿para qué negarlo?, pereza. Y eso que —valga el alarde— tenía material de sobra para unos apéndices al menos el doble de extensos. Sea como fuere, opino que, pese a la premura, el resultado ha merecido la pena.
Así que veamos… ¿por dónde comenzar? Ah. Sí. Por el principio. No es mala estrategia.
¿Cómo concebí la novela?
Todo comenzó hace mucho tiempo. Veinte años atrás, ahí es nada, publiqué el primer relato de fantasía heroica protagonizado por Daramad Mur Asyb en el número 2 del fanzine Sangre y acero, el cual coeditaba junto a Andrés Díaz Sánchez. (Fanzine cuyos números están disponibles en PDF para su descarga aquí).
De los relatos de Daramad Mur Asyb ya hablaré a su debido momento. Que espero no se demoré mucho; mi intención es reunirlos en un libro de relatos (Runas de sangre es el título provisional) unidos por un hilo conductor (un fix-up, lo llaman los gringos) y autopublicarlos en edición digital y física.
Así que, técnicamente, lo de autopublicarme y el gusto por la edición viene de antiguo, en mi caso. Por aquel entonces, cuando Internet aún era un embrión, si me hubieran explicado el funcionamiento de las plataformas de autoedición y la impresión según demanda, me habría quedado atónito. Lo que ahora me parece normal, en aquella época era impensable.
Así que Sangre y acero, un fanzine editado en fotocopiadora, del que salían 100 ejemplares por número, fue el germen de Sombras y ceniza. En los cuatro números siguientes (3, 4, 5 y 6), publiqué otros tantos relatos del personaje. Cuando se publicó el sexto y último número de Sangre y acero, ya entonces rumiaba la idea de escribir una novela larga protagonizada por este personaje, en la que abordara sus orígenes.
No fue una buena idea, quizá. Resulta obvio que no estaba preparado para acometer un proyecto de tal magnitud. Muchas cosas a la vez tironeaban de mi atención, y tras un comienzo prometedor, en el que añadí varios personajes protagonistas, cambié el principal y fui madurando la trama, el proyecto quedó estancado muchos años.
Pero eso ya lo conté (lloré) aquí. Y aquí.
Sobre la estructura
¿Por qué la división de la novela en dos libros?
Esto, que me lo han preguntado varios de mis primeros lectores, tiene una fácil respuesta: al principio, acometí la escritura de forma indecisa, y, si bien tenía clara la primera mitad de la novela, que corresponde al libro primero, la segunda mitad del libro me trajo de cabeza durante mucho tiempo. Ahora tengo bien claro el porqué: falta de planificación unido a un cúmulo de tres in-: indecisión, inseguridad e inmadurez.
Como ya he dicho antes, lo mejor que podría haber hecho es seguir escribiendo relatos antes de acometer una novela tan larga y, para mí al menos, compleja. En cualquier caso, el libro segundo, que una vez lo tuve claro lo escribí en apenas seis meses, es muy posterior al primero. El problema no fue escribirlo, claro, sino hacer que ambas mitades casaran en un todo coherente.
¿Por qué cuatro puntos de vista?
Prácticamente todo lo que había escrito antes de comenzar con esta novela lo había escrito con un narrador omnisciente o en primera persona. Cabe decir que tenía cierto hartazgo de ese tipo de narrador, y me apetecía probar uno más cercano a la acción, centrado en un único personaje a la vez. Esa clase de narrador, que podemos llamar parcial o equisciente, me parece idóneo para narrar historias con un enfoque dramático; historias planteadas como escenas de teatro o cine. Novelas de asunto, como decía Francisco Umbral.
Supongo que el patrón inevitable para comparar esta novela son los mejores ejemplos anglosajones de la fantasía actual, dentro del subgénero grimdark: a saber, George R. R. Martin y Joe Abercrombie.
Negar la influencia de estos dos autores sería un absurdo y una deslealtad. Sobre todo, al primero. Como a muchos aficionados al fantástico de mi generación, los tres primeros libros me causaron una honda impresión y removieron muchos cimientos. Luego… luego no vino, hasta que vino tarde, el siguiente, y el siguiente, y luego la decepción del cuarto; y paradójicamente, quizá un poco por el espíritu esnob de los aficionados viejos, para cuando llegó la serie de televisión ya sentía un profundo hastío por la Canción de Hielo y Fuego (me niego a llamarla Juego de tronos, demonios).
Pero no. El motor primero de esta novela, el patrón en el que me basé, no fue una novela de género fantástico, sino una novela negra. L. A. Confidencial, de James Ellroy, la segunda novela del cuarteto de Los Ángeles.
El armazón narrativo de esa novela, el multiperspectivismo de los tres narradores, aquel estilo descarnado y la visceralidad de Ellroy me fascinaron. Luego leí otras, y el estilo de Ellroy, sobre todo en sus últimas obras, me hartó por monótono; las traducciones de Ellroy, por muy fieles que sean, resultan casi alienígenas para el castellano, quizá mismo por ser tan despojado, tan telegráfico.
Sería interesante reflexionar de cómo cada vez leo menos novela fantástica, pero sigo interesado en escribirla. Para otra ocasión.
¿A qué género pertenece, entonces?
No sabría decirles. Decididamente, al fantástico. Pero luego podemos aplicarles etiquetas. Las etiquetas, en sí, no me parecen mal, siempre y cuando no se conviertan en cajones o nichos en el sentido funerario.
El lector quizá conozca la web BestFantasyBooks.com. Si no la conoce, se la recomiendo. En ella, hay un largo listado de subgéneros fantásticos. Bien entendidos, los subgéneros son etiquetas, no taxones; lo normal es que se crucen. Por ejemplo, así, a ojo, yo podría ponerle a Sombras y ceniza estas etiquetas (en inglés, renuncio a traducirlas): Gritty, Grimdark, Assassin, Urban, Military, Low Fantasy y Noir Fantasy.
Elijan ustedes las suyas, si así lo desean.
Sobre los temas de la novela
A diferencia de otros conceptos literarios, como premisa o argumento, el tema de una obra literaria es, cuando menos, algo escurridizo. Está ahí, o debería, pero no siempre se deja ver claramente. Y, sin embargo, responde una pregunta clave: ¿de qué va, realmente, una obra?
O, dicho de otro modo, ¿cuáles son las cuestiones que plantea?
Se supone que el escritor se plantea los temas de una obra antes de su misma concepción. Sinceramente, dudo mucho que haya sido mi caso. La fase de concepción de Sombras y ceniza (la dispositio, siguiendo el esquema clásico aristotélico) fue demasiado vaga y caótica.
Sospecho que no debo de haber sido el único. Si bien hay elementos de una historia que —en mi opinión— conviene dejarlos lo más claro posible antes de ponerse a escribir (tales como premisa, argumento, estructura, personajes), el tema probablemente funciona mejor con una noción aproximada.
Ahora bien, cabe decir —de nuevo, en mi opinión— que, si el arco argumental de los personajes está bien definido, el tema probablemente esté bien encaminado. Hay pocas formas mejores de establecer un tema que mediante la evolución de los personajes. Naturalmente, pueden utilizarse otras estrategias —¿un soliloquio interno del personaje durante cincuenta páginas?—, pero —insisto— pocas son tan efectivas como el mostrarlo a través de los personajes, sus decisiones y las consecuencias de estas.
Sea como fuere, en el caso de Sombras y ceniza, creo que los temas principales —considerados a posteriori—, son estos:
» Casualidad. El argumento de la novela, de hecho, depende de una serie de hechos azarosos. Sin llegar a la obsesión austeriana, siempre me han llamado la atención cómo las pequeñas casualidades pueden cambiarnos la vida. ¿O simplemente se trata de una interpretación que hacemos a posteriori, y elegimos ver lo maravilloso en una pequeña desviación de la norma?
» Los pecados del padre. Este es tema clásico, muy bíblico. ¿Hasta qué punto somos esclavos de la sangre, del diablo de la especie, como lo llamó Baroja en El árbol de la ciencia? ¿Estamos condenados a transmitir filias y fobias a nuestra descendencia? ¿Hasta qué punto alguien es responsable de sus actos?
» La encrucijada. De cómo ciertas decisiones pueden cambiarnos la vida por completo. Ahora bien, ¿en qué medida somos libres para dirigirnos por uno u otro camino? En las decisiones trascendentales que hemos tomado en nuestras vidas, ¿hasta qué punto fuimos libres para decidir?
Sobre las reglas narrativas
Al escribir Sombras y ceniza, curiosamente, una de las primeras decisiones que tomé fue la de imponerme una serie de reglas narrativas:
1) Narradores limitados:
En cuanto a los narradores, como ya dije antes, dado mi hartazgo por el narrador omnisciente, estos debían ser mucho más limitados, centrados en el punto de vista de cada personaje, con el menor número posible de injerencias por parte de un narrador extradiegético.
2) Hechos consecutivos
Otra de las reglas —la que más quebraderos de cabeza me acarreó— fue que los hechos presentados en capítulos sucesivos nunca debían solaparse en el tiempo. Si un capítulo va a continuación de otro, este último ocurre obligatoriamente después, aunque el narrador cambie.
3) Capítulos con un solo punto de vista
Este es muy clásico. Cada capítulo solo debía contener escenas de un mismo punto de vista.
4) Retrospecciones «anónimas»
En las retrospecciones,1 marcadas en cursiva, debía evitar siempre que fuera posible nombrar al personaje del punto de vista.
Sobre la trama
Para urdir trama de Sombras y ceniza fui asociando, por acreción —y, ay, de una forma un tanto desordenada—, una serie de ideas y conceptos tomados de mis escasas pero provechosas lecturas de ensayos históricos:
El principal, el desarrollo de las revueltas campesinas posteriores a la peste negra que se sucedieron a lo largo del siglo XIV, en especial la revuelta italiana de los Ciompi.2 El conflicto entre gremios de las Artes Menores y Artes Mayores, motor suficiente en estas revueltas, es la parte superficial de la revuelta que sacudirá Mur’ubi. Pero necesitaba otra capa más profunda…
… y esa fue la una combinación de dos ideas: las crisis europeas del siglo XIV y el conflicto entre el Imperio turco y Occidente, junto a la importancia del bronce como material estratégico en la Edad Moderna.
El lector avisado se habrá dado cuenta de que he jugado con las fechas. En efecto, me he permitido cierto juego para que los acontecimientos casen; si bien los acontecimientos que me han servido de base para la trama transcurrieron en el siglo XIV, el trasfondo de la novela remeda el final del s. XV, e incluso algunos detalles (como el mentado de los cañones de bronce o la aparición de las primeras pistolas de rueda) remiten más a la primera mitad del s. XVI.
Al margen de esto, también fue muy enriquecedor leer algunos ensayos sobre el espionaje en la Edad Moderna, como el ensayo Espías de Felipe II, de Carlos Carnicer y Javier Marcos, además de los excelentes cuadernos de historia militar de Osprey.
Pero, curiosamente, el detonante fue leer una breve reseña sobre el asesinato de Luis I, duque de Orleans, en una calle de París, a finales de noviembre de 1407. Quince enmascarados lo asaltaron, derribaron del caballo y le dieron de puñaladas; no contentos con ello, le cortaron una mano y le partieron el cráneo de un hachazo. Aquel asesinato prendió un feudo de sangre que desencadenó una guerra civil entre armañacs y borgoñones.
Influencias
Por último, sería injusto no mencionar las principales influencias de esta novela, además del ya citado cuarteto de Los Ángeles de Ellroy:
Por la parte de fantasía militar, las obras de Paul Kearney, especialmente la tetralogía de Las monarquías de Dios. Paul Kearney es un autor que ha tenido escaso éxito y que considero excelente en su género. Quizá sus novelas pequen de sucintas, incluso apresuradas, en especial en un género en el que los mamotretos de medio kilo son la norma.
En cuanto al estilo, las novelas de Baroja y la obra de Sánchez Ferlosio. Al primero pueden echarle la culpa de mi gusto por el uso (incluso abuso) de la yuxtaposición mediante punto y coma; al segundo, mi intento probablemente frustrado por dotar a las palabras del mayor número de significados posible sin comprometer la claridad del lenguaje.
También sería absurdo negar la influencia de las novelas del capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte, autor que, sin embargo, sus novelas de interés general dejaron de interesarme hace mucho. Pero ese gusto por el léxico y mi primera aproximación a la germanía del Siglo de Oro, a la que después seguirían lecturas de Quevedo, Mateo Alemán, Francisco Delicado y el excelente Tesoro de villanos, de María Inés Chamorro, se las debo a las novelas del capitán Alatriste.