Mis diez libros fetiche

En Escritoenelagua.com Rodolfo Martínez invitó a los lectores de su bitácora a elaborar una lista con sus diez lecturas clave, esas que nos han configurado como lector, y de las que algunos reniegan. Le cito:

Cada uno de nosotros tiene varios libros fetiche. Libros sin los que, tal vez, seríamos distintos; que nos han marcado en un momento muy concreto de nuestra vida; que nos han abierto los ojos, nos han mostrado lugares nuevos  o nos han enseñado a contemplar de otra manera lugares familiares. Libros que, en cierto modo, son parte de lo que somos. Nos definen, igual que lo hacen nuestras ideas políticas, nuestras creencias religiosas o nuestra actitud general hacia la vida.

Así que, como las listas tienen mucho tirón y la idea me ha parecido cojonuda, recojo su guante. He aquí mi lista. El orden no tiene relevancia, si bien en principio la ordené de forma cronológica, tirando de memoria.

  • La historia interminable, de Michael Ende
  • El señor de las moscas, William Golding
  • El señor de los anillos, J.R.R. Tolkien
  • Sinuhé, el egipcio, Mika Waltari
  • Frankestein, Mary Shelley
  • Las aventuras de Arthur Gordon Pym, de Edgard Allan Poe
  • La espada rota, Poul Anderson
  • La isla del tesoro, R. L. Stevenson
  • El árbol de la Ciencia, Pío Baroja
  • La llave de cristal, Dashiell Hammett.

Elegir ha sido difícil. Pero marqué una serie de condiciones: tenían que ser libros que hubiera releído al menos una vez (la mayoría acumulan dos y tres relecturas) y, además,  debían corresponder a mi primera etapa como lector, supongo que entre los ocho y dieciocho años de edad.

Comentarios:

La historia interminable, de Michael Ende

Qué decir de este libro. Una de mis primeras lecturas, que me sigue fascinando cada vez que me sumerjo en sus páginas. Qué gratos recuerdos me evoca su edición a dos tintas, roja y verde, y las ilustraciones interiores a modo de portadilla. Para muchos tiene la consideración de literatura infantil (etiqueta difusa donde las haya), pero me gusta reformularlo de la siguiente forma: la literatura infantil se honra de tener esta novela entre sus títulos.

El señor de las moscas, William Golding

Otro libro-fetiche. Esta novela me golpeó entre ceja y ceja a una tierna edad; esa crueldad (Homo homini lupus) que se palpa a medida que la novela avanza me dejó una fuerte impronta. Veo en ella, además de la interpretación al uso (pérdida de la inocencia, la razón y el orden frente a la superstición y el caos), una parábola sobre la naturaleza humana y su motivador más importante, el miedo. En cualquier caso, una lectura imprescindible.

El señor de los anillos, J.R.R. Tolkien

Con el tiempo me he vuelto, casi, anti-Tolkeniano, y los tolkiendili, la verdad sea dicha, me aburren sobremanera; pero negar que esta novela (que leí en unos pocos días, precisamente durante una Semana Santa, hace ya la tira de años) me marcó sería hipócrita. Lectura con sus pros y contras, pero indispensable. Punto.

Sinuhé, el egipcio, Mika Waltari

Leí esta novela en una edición de los años sesenta, de páginas crujientes y amarillas, y al cuarto de hora de haber comenzado a leerla quedé atrapado. Sinuhé, el egipcio es una historia atemporal, como todas las buenas historias, cargada de un cinismo atemperado por una buena dosis de ironía. Espléndidamente documentada, las peripecias de este médico garantizan muchas horas de buena lectura. No será alta literatura, pero es una gozada.

Frankestein, Mary Shelley

Este hueco estuvo reñido. Tuve que elegir entre dos clásicos, esta novela y Drácula, de Bram Stoker. Y sinceramente, en mi opinión Frankestein gana sobradamente la pugna. Supongo que casi todos sabréis cómo se gestó esta novela: los Shelley hicieron una visita a Lord Byron y tras una velada en la que se contaron cuentos alemanes de terror, Marie tuvo una pesadilla (leí en algún sitio que debida a una indigestión, pero no me hagan mucho caso) que le inspiró la semilla de esta inmortal novela. Su mensaje es clásico e inmemorial: una metáfora de la búsqueda del poder divino y los peligros que acarrea.

Las aventuras de Arthur Gordon Pym, de Edgard Allan Poe

Quizá hubiera debido consignar las obras completas de Poe, pero he preferido incluir en la lista la única novela del genio de Baltimore para matar dos pájaros de un tiro: mi deuda con Poe y mi rendida pasión por las historias de travesías marítimas. Truculenta y apasionante, esta novela es uno de mis textos favoritos de Poe (y eso es ya decir), con sus ecos de La balada del viejo marinero y su final, tan desconcertante como estremecedor.

La espada rota, Poul Anderson

Probablemente considerada como una obra menor, Poul Anderson consiguió una novela de fantasía heroica redonda, autoconclusiva y relativamente breve, antes de que la fantasía dictara sus reglas del juego: historias seriadas, laaargas y con tramas enrevesadas, imaginería en origen tolkeniana, desleída de tanto sobreabuso. La espada rota es apasionante, un tour de force literario pese a quien le pese, y por desgracia, una gran desconocida por los amantes del género.

La isla del tesoro, R. L. Stevenson

Otra deuda, mi pasión por las historias de piratería, a saldar con la inclusión en la lista de esta novela, o mejor, la novela de piratas por antonomasia. Que Stevenson era un genio de la narrativa es evidente, y lo deja bien claro con este clásico de la literatura de todos los tiempos. Poco más se puede decir de ella tras haber sido adaptada y versionada una y otra y  otra vez, salvo esto: conozcan el original. Se alegrarán, confíen en mí.

El árbol de la Ciencia, Pío Baroja

Pío Baroja desangraba pasión y fuerza en sus páginas. Considerado uno de los escritores más importantes de la generación del 98 (a la cual Baroja siempre negó pertenecer), su estilo es seco, conciso, rápido, y aun así sus descripciones encierran una belleza y un vigor que otros cultivadores de la palabra ya quisieran para sí. El árbol de la Ciencia es una de sus mejores novelas. Y eso es decir mucho.

La llave de cristal, Dashiell Hammett.

Otro puesto difícil de adjudicar. Tuve que elegir entre Hammett y Chandler, así que háganse cargo. Al final he optado por Hammett, y por una de sus novelas fuera de sus ciclos más famosos (las de Sam Spade o el agente de la Continental).